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Editado por el autor

San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

sábado, 29 de noviembre de 2014

Un aspirante a artista minúsculo del detalle, es apenas un aprendiz de farsante que procura -y muchas veces  logra- hacer trascendente alguna de las nimiedades que nos rodean. Es como exacerbar la densidad del clima que domina en la periferia de las pequeñeces y llegar, con la determinación de los caracteres, a dibujar las aristas de lo difuso y efímero.
Ahí va, con la agudeza de su sintonía más fina, tratando de darle cuerpo a ese instante en el que la burbuja efervescente, se diluye con su ráfaga de energía para dejar de contagiar la euforia que encierra.
Un vaivén de sus pequeñas olas de sangre que transforman cada músculo en un soporte de potenciales fuerzas a punto de cumplir con lo que se propongan. Y es en el ir y venir de sentimientos contrapuestos –que se condicionan con alguna lógica difícil de interpretar- que a la vez, ejercitan conductas ante determinadas circunstancias, las que se van derramando en las venas con el carácter implacable de tu emotividad.
Luego, una partícula de ti que se disuelve en el mar de la incomprensión.
Y es también ahora, cuando aparece esta nube de silencio que cubre el andar del rostro en el que se posterga la posibilidad de una ilusión.
Es también ahora que, circunda esa aureola que refriega al objeto deseado para dejarlo sin formas.
La hoja de mi voluntad que pierde el color, se hace cautiva de la brisa para alejarse, para reencontrarse en el camino de hojas muertas que alfombran el suelo. Y ahí, juega el viento y su misterio al producir ese remolino que mezcla la fantasía de su vuelo. Es ahí, cuando entra en el instante, la música donde nace la sensualidad del azar, que provoca esa danza de los arabescos en el aire y nos lleva a ver en cada detalle un poco de belleza.
Así, nuevamente, hasta descubrir desde la congoja a la euforia, desde la tragedia a la comedia o viceversa, desde la pasión a la nada.
Si bien, ya viví unos cuantos años, prometo que voy a intentar aprender ese decálogo de cómo tratar de encender la vida –entre otras cosas- con la palabra… y me parece suficiente con intentarlo.
Superar la barrera de lo que me impone mi finitud para emprender desafíos o proyectos y empezar a sospechar como debo mejorar.

Acaso,
estaré pendiente
del sol pleno
cuando deshace
las tinieblas
de mi conciencia
o como me acerca
hacia una caricia.



Acaso, no mediré
la profundidad del horizonte
para no limitar mi vuelo,

 
o en el ir y venir de la gente,
descubriré lo que ella
califica de sublime
y pretenderé defenderlo
para sentirme
digno de convivir,
y pelear por la dignidad
que nos involucre.




Acaso, bendecido
por haber encontrado
un lugar donde dormir,
llegar a prometer
que debo festejarlo
con una sonrisa diaria
por semejante cobija,
sin sentirme dueño de nada.




O tal vez,
descifrar la música
de los colores
para inventar alguno,
aquel  que me identifique.

 

Entonces,
ampliar y sembrar
el sensible espacio
donde se recogen
las emociones.


De todos los fuegos…







Pentagrama para la música de ahí, adentro…

Solo un recurso para liberar el sonido que evoca

la caja de resonancia y retumba en mí.

Solo el lugar donde escribir los signos de las pulsaciones “dilatadas” y

como varia el compás.


Solo reconocer las lluvias y el rumor del agua que corre, o entre nubes,

el viento que traslada mi “canto”

de cada uno de los parajes que retrata la memoria.

Solo grabar la voz del animal en celo que busca hasta fecundar el aire.

Solo pertenecer al suspiro que perfuma la brisa

para adivinar como es la música y ahí mismo,

“el espectador” y su virtud, a través de los sentidos

compone con lo que vibra, “la canción de cuna” o

“difunde vagamente la melancolía”.

Solo el grito de la desesperación puede llenar los espacios de angustia.

Solo el movimiento de tus labios conjuga con la expresión de tu garganta y

modula “el runrún” del instrumento más versátil.

Solo la “composición con su lírica profunda” reinventa cada emoción.

Solo variar con fines armónicos la celebración de la vida y traducirlo al 
lenguaje de “la música de ahí, adentro”.


Octaedro (Extraído de “Tratado del viento” página 7)





… zozobrar en la oscuridad cuando te buscan mis manos.

        Sí este, es el tiempo en que somos protagonistas de nuestras vidas y cada uno ya tomó “conciencia” de ello ¿da como para no seguir haciéndose esa pregunta del por qué? Tal vez, “es dar por cierto algo que deja entrar la duda por la ventana”. Supongo, que de la duda, nace la “posibilidad” de replantear y también, de enriquecer el cuestionario y las respuestas. Alimentar la curiosidad es como alimentar “la razón”. Cuanto más indaga nuestro espíritu crítico y encuentra algunas respuestas, más audacia se junta para “aventurarse en el conocimiento” y aún más, se agranda la “voracidad” por saber de lo que resulta “descubierto”. Entonces…nada nuevo en los lugares comunes…      

-Eso sí: navega en mí, transitoriamente, la ansiedad de deducir una “ínfima certeza” que a la vez, “quiere ver el espacio externo”. Dominado por “la razón” se entrena mi pensamiento para elaborar “su manifiesto”. Luego, la ansiedad, juega como si fuera a atragantarme con pequeños y múltiples “ahogos”. Se traslada de aquí para allá sin “encontrar el camino”. Sin embargo, ese sentimiento de “la pequeña certeza”, ahí está. La palabra, tiene el privilegio de intentar traducir “eso”, darle sentido, hacerla entender pero “sola”, también, corre el riesgo de “vestirla con harapos”. Aún sigue allí, dando vueltas y “su carácter transitorio” ya no es. Quedó, “esa sensación” como un sofocamiento constante, sin remedio. Pregona desde “adentro” y se empeña en querer ser “traducida”.
A veces, pretenciosa, acumula como un “bulto” de aire que se suelta
“desinflando o descargando el corazón”.
Porque allí en el aire, se nota la brisa tibia.
En el aire se escucha ese resoplido
en que va prendado “el sentimiento”
y que se multiplica en sonidos.
Algo que lleva información,
que al querer fundarse en la armonía
da en la “tecla” de la música.
Ahí ya está… Transparencia, que se viste con el ánimo
y el cuerpo del  regocijo.
Ahí ya está…Traducida, va la “ínfima certeza”
 salpicando gotas de frescura
o “rumiando” la amargura.
Ahí ya está…Traducida, ya se alivia la ansiedad,
se descuelga del “melancólico asombro”
para dejar su huella nítida,
en algún pasaje que llega hasta “la esquina de tu alma”.



Perezcuper (Extraído de “Tratado del viento” página 9)

jueves, 6 de noviembre de 2014

                                                    “Es decir; detrás de las palabras”.


Sobre la piel viaja tu canto, esa brisa que se expande con el sonido y libera la armonía.
El que subyace en cada vibración.
Detrás del tiempo, detrás de una mañana perfumada.
O de la lámpara que permite dibujarte con la sombra.  
O de las telas que protegen o de las voces que te nombran… y definen todas las cosas.
Es decir: detrás de las palabras.
También, viaja tu canto hacia donde descansa el silencio cuando descubre el sosiego.
Viaja cuando trae la agitación de la alegría.
O cuando resuena un estruendo en mí y el ánimo, entra en desazón por alguna perturbación bochornosa.
Viaja tu canto y mi canto entre las enredaderas que crecen en las paredes húmedas.
O con la pasión, detrás de las fibras que albergan la fuerza para deshilachar sentimientos.
Detrás de la tragedia y del “hormigueo” que causa a su alrededor cualquier bicho muerto.
O dentro de mí, cuando la vida se transforma en gemidos.
Viaja tu canto en los hilos de agua que frecuentan los desfiladeros y que allanan la roca más fuerte y aún, las más pesadas de cualquier cerro.
Detrás del “humor” de las ciudades, hedores que se multiplican desde el cuerpo, tal vez, para  provocar esa contaminación constante.
Vuelve ese canto desde tan lejos como son tus entrañas atravesando el camino sin luz de tu propia oscuridad.
El canto que se rubrica en cada personaje viviente que de materia se viste y en aquellos, que fabrica nuestra fantasía.
Subyace “el canto entre los cantos” (jaja) una carcajada que “corre” con eléctrica sensación y luego, se descubre así misma.
Detrás del dolor que amenaza llevarse todas tus lágrimas.
El canto que late desde “el conjunto de todos los hombres”.

Perezcuper  (de Tratado del viento, página 10 -R. J. Ayala)


de belleza

Suena en algún
espacio del silencio,
eso que, es tu atardecer.
Trae a la melancólica mirada,
el bosquejo de tu sombra
que se va premiando
de colores cálidos
para completar el idioma de la luz.




Un sin fin de abrazos
en que se convierte
el erotismo de la vida,
por calcar las sensaciones
que dejan los matices.





Y de perfumes en que
sobreviene la euforia
que traspasa el entusiasmo,
aún cuando se carga
el aire de ronroneos
que provoca el instrumento
más intenso del planeta.


En algún espacio del silencio, queda acuñada
 hasta la más pequeña de tus vibraciones,
gota de rocío que inventó
el sereno de la noche
para derramarse entre las hojas
y dejar, el sentir de tus caricias.






Por eso voy explorando
dentro de los sonidos cotidianos
-donde acontece hasta la misma
hecatombe del universo-
para encontrarte en la saludable
armonía que deja tu sonrisa.





Por eso te busco entre las voces
que penetran en la oscuridad,
para desafiar a la luz
que me indica;
“el camino del regreso”.




Por eso utilizo
el recurso de tu aliento
y como se mueve en la brisa,
para imaginar de qué manera
viaja tu canto,
y hacia donde más
impregna todo, de belleza.


De todos los fuegos… (dedicado a María)


“El olor de mis axilas es más rico que el perfume de una plegaria”… (Walt Whitman)

abismo imperceptible en el medio del silencio
es la abstención del sonido que “provoca” este “vacío”
luego, “el socio” de la oscuridad, propone un “susurro” en el espacio

cuando la “paleta” del que pinta indaga sobre la luz, se sobrecarga en el fuego
se “ruboriza” el techo de la tierra desde la mirada que viaja hacia la “inmensidad”
ahora, con la “bola azulin-azulada” se desbaratan algunas sombras en el espacio sideral



cuando el “fluido” transparente moja la roca más antigua
cuando el marrón de las aguas llega a mí, respiro en el espejo
cuando el verdeo de tu selva se enmaraña, siento la pulcritud del aire

desde muy lejos “arrastra” el viento las ondas que “derriten” el silencio
desde “la alfombra humeante de cemento” se propagan todas las “intenciones”
así, “el invento más extraordinario del hombre” termina de concretarse
así,  “el paisaje” se transforma en “la cultura”
o “la cultura” transforma “el paisaje”
luego, “la conducta humana” comienza a ser reprochable  por si misma
revisa cada instante con “su inquieta razón” para terminar haciendo lo que “no debe”
y en el aire, en el fluido, en todos los medios, “juega con las leyes de equilibrio”
atento a su “modo indicativo”, intenta definir “el presente del futuro”
estridente, su paso destructivo, “arrasa la inocencia”

La marea sube y luego baja.

perturbada “la inocencia”, sin “cuidar” la “proporción”
desordena la cadencia ese disturbio (que altera “la tranquilidad”)
acepta con vehemencia su cuestión existencial…“en él, la materia tiene conciencia”
sin más, desde sus genes viaja la misma pregunta sin resolver ¿para que? ¿por que?
dubitativo, sobrepone al hacer de su voluntad, “una nueva” y posible reflexión:

Tal vez, agotada en si misma,

algún día, “la malicia” dejará de lastimar,

para “servir” con su energía,

a todo aquello que responde

a un mismo “patrón de evolución”,

será convertir “la criatura que se mueve

erguida sobre sus patas traseras”,

en “un protector de la vida”, más justo.


Al amigo Cristian:
                               Desde el cielo, tu mirada tan celeste como transparente no dejará de sorprendernos. Tu sonrisa, acumula la chispa que se opacó en nosotros. Tu cuerpo, fibra de coraje y plenitud, respira en las multitudes. Solo después de mirarte por dentro se renueva la alegría.
          “El indio” Solari –juntamente, con “los redondos”- “fabricantes” de obras artísticas  musicales –a pesar del “flaco” Jorge- te supuso tal cual sos, aún cuando no sepa tu nombre. Pues desde generaciones enteras te va inventando en cada canción. Por eso tuviste tanta afinidad con “él”. Estas impregnando sus letras y esa voz repiquetea furiosa y picante para seguir ampliando “la mística”.
         Desde el “centro del mundo”, justo ahí, donde la energía se concentra para tenerte de protagonista infaltable, tu inquieto y alienado corazón nos salpica en cada latido para reivindicar la vida. Porque cuando “la calle” parece que desprecia tu falta de malicia y  esparce por las veredas un oscuro humo que trae las sombras del miedo, de repente, tu figura delgada y elástica, reconvierte todo, en su colorido exacto y natural.  Las calles sienten que ese fulgor cálido se va desprendiendo de ti para que cualquiera pueda revisar desde donde nace, la amistad y tu poética. “Seguiremos en este chiquero”, pero añorando la pureza de tu inocencia.
          Se que mis lágrimas solo tienen el sabor de un homenaje tardío y que las palabras ya no pueden intentar corporizarte. Se que dominado por el abuso y la culpa, dejé un espacio demasiado abierto y lejano, para desear luego, volver con alguna lucidez que me traiga -entre otras cosas-  tu reflejo.
        Sin entender “el real sentido” del porque el universo se manifiesta en tantas criaturas extraordinarias, sin fijar el razonamiento en que, existe en ciertas almas –más que en otras- la posibilidad de un sueño, voy recorriéndote para crecer contigo.
        Cuando al principio, creía con total convicción de que “el hombre del futuro” estaba muy distante, hoy ya sé, que la mayoría de las “cualidades” de “ese hombre”, también, son parte de ti. Pues aquí leo y siento -con mucho placer- que tu corazón está colmado de humanidades demasiado valiosas. Ahí vas “cubriendo” el reclamo de “las calles” sin necesidad de involucrarte con su pesada carga de miseria. Bicicleteando, dejando tu cordialidad en cada lugar que ofrezca una mirada. Desde “el taller” donde realizabas “tu trabajo”, la propuesta de intercambio, llevaba la sonrisa digna a la mesa.  Allí, fue que conocí parte de tu historia y compartimos mucho más de lo que parece que quedó. No contaré nada que busque indagarte y que me haga pecar de infidente. Solo te debo lealtad, pues “tú eres”, quien repara en el otro para hacerle sentir tu calidez.
“La onda” te cubre de todo lo que lastima en cada rincón del planeta “suburbio”
Nada puede apagar “las burbujas” de tu efervescencia
Entra en algún código de “la calle”, hasta la pereza de una tarde en que viaja tu aliento
-Abriguemos todos a “nuestro hermano del alma” pues hoy se está yendo a la Luna donde hace frío
Un paso antes del abismo, está sonando el rumor de la multitud que no esconde su veneración por “el indio”
Se escucha tu voz alejarse con esta afirmación “…la fiesta está a punto de reventar”
Quien no te deja respirar, frecuenta el idioma de la tristeza
Sin saber que el “dueño de la luz” ya te invadió por dentro
Una niña, como siempre, endulza el aire para festejarte con un abrazo y no olvidarte como “papá”.

Octaedro (de Tratado del viento, página 98 y 99, R. J. Ayala)

sábado, 4 de octubre de 2014






Aún, cuando
la fibra de mi espíritu
quede lastimada
con los filos de la angustia,
aún, cuando
me enfrento a ese adversario
que es el protagonista
de las peores pesadillas,




aún más, cuando
en la oscuridad de mi cuerpo
predominen los personajes del abuso,
aún así,
en lo más intimo de mi ser,
se ilumina y refracta
lo que el astro contagia,
y el verde intenso es el color
de la tela de mi alma.




El vegetal…
hierba tierna y aromática
-la del viejo Whitman- me acaricia,
en su tallo me anudo y anido,
y sabia-sangre es la que alimenta
el pequeño fruto de mi Esperanza.


De todos los fuegos…







Tengo el silbido de una canción
que suena dentro de mí
y te va conformando
en la luz de la añoranza.
Una melodía que reconstruye
tu candor y repasa
la frescura para encontrarte
en la mirada que sonríe.




Está, en aquel instrumento
que “salpica” tu música,
el acorde inesperado,
cuerpo de la armonía
que siembra el aire de lo silvestre,
eso que brilla en los colores,
de aromas  que te reflejan
para no olvidarte.





Tengo la nítida imagen
que trae alegría
y desconsuelo, a la vez.
Tengo tu voz
que acerca la distancia
y calla tu ausencia,







solo necesitan mis manos
sumar tu volumen
para crear el sortilegio
que nos aventura
a un espacio tibio,
ese lugar donde se alimenta
el anhelo de esperarte.

De todos los fuegos… (dedicado a María)




lunes, 22 de septiembre de 2014



“Haber nacido no te convierte automáticamente en inocente. Pero cuando llegas a un momento en tu vida en que entiendes quién te está jodiendo, perdóname, Señor, quién se aprovecha y quién no, entonces tienes que decidir cuánto estás dispuesto a aceptar. Si no consagras hasta el último aliento de cada día, durmiendo y despierto, a destruir a aquellos que masacran a los inocentes con la misma facilidad con que firman un cheque, entonces, ¿hasta qué punto puedes considerarte inocente? Y es a partir de esos términos absolutos como debe negociarse el día a día”.

“Contraluz”, Thomas Pynchon
(Publicado en Posdata 1 de Blogueras De Mierda, 3 de octubre 2013)


Exasperar con la mueca angustiante de la decadencia. Con la oración que relata la desesperación. Con la imagen que trae el dolor. “Refregar” las llagas hasta que se ahogue un grito. Pronunciar los peores insultos que lastiman. Desafiar, maldecir hasta ofender a la propia “malicia”. El ruido exacerbado, implacable, que ataca en lo más sensible y delicado. Asumir que se desmorona lo último hasta quedar humillado. Que se pisotea en ese tembladeral que denigra. Que aumenta el sabor de tus miserias. Retroceder cobardemente, hasta sentir que “la boca del miedo” te absorbe. Salpicarse de a poco hasta inundarse del helado y putrefacto aliento de la muerte. De reproducir los pensamientos más siniestros. De revolcarse en el barro amargo que provoca el llanto. De estrujar la carne hasta machucarla. Sacarse de encima esa pestilencia que produce el cuerpo, que al fin es tu alimento, para luego, descubrir lo que te forma. Sumergirse en el sumidero de la vergüenza. Arrastrar el pecado más agrio y asqueroso. Contemplar sin misericordia como “trabaja lo maligno”. 
Cubrirse de esas mezquindades que se impregnan hasta formar una costra. Rebalsar de pústulas hediondas que llevan al agravio más chocante en la mirada. Sumar desprecio sin piedad. Acercar el cuerpo erizado de espanto al “oscuro y temerario abismo” en cuyo fondo flota la inmundicia. Así, reinventar el horror, el rechazo, la repugnancia, “el golpe bajo” en el estomago, ahí, donde termina el vientre, en las pelotas o en las espinillas, en cada lugar que el cuerpo recuerde con total afirmación, que enciende la atrocidad que anuncia la siguiente mutilación, casi como un “ejercicio” sado-masoquista. Retorcerse en y palpar “la categórica mierda”. Entonces… todavía estupefacto, el simulacro inmediato de un acto reflejo de la sin razón,  busca en si misma “la energía de la purificación”.

Perezcuper

(Extraido de “Tratado del viento”, páginas 66/67 – R. J. Ayala)

sábado, 6 de septiembre de 2014

Sebastian

Desde  que empecé a convivir con Margarita parecía -o así lo presentía yo- que la relación con mis padres podría mejorar, aunque todavía no la conocían. Sin embargo, hacía dos años que no iba casa y es, en ese tiempo que me entero de “lo de mi hermano”. Me di cuenta que él, tenía una voz distinta al hablarme por teléfono. Lo sentí triste o apenado por algo, y a la vez, ese tono de voz, me daba la impresión de un mal presagio.
Apenas lo interrogué quiso minimizarlo, lo que sea que le estaba sucediendo  era bastante grave.
Acumulé preocupaciones, pero la vida continúa y estando tan lejos mucho no iba a poder hacer. Así, lo creí al principio.
Al llamarlo más seguido fui indagándolo, hasta que un día me lo dijo directamente:
-Estoy muy enfermo, sufro de esclerosis múltiple.
Desde Alemania ¿como podría ayudarlo?
Margarita, al enterarse, se solidarizó inmediatamente. Empezó a buscar información y tratamiento. Es por aquellos años que todavía mucho no se sabía de una enfermedad neurológica bastante compleja. Por eso, entre otras cosas, viajé de nuevo a casa cuando junté algunos días libres. Tenía que ver a mi hermano y eso implicaba verlo en que estado estaba, como lo estaban atendiendo, etc.
Cuando viajé a Buenos Aires me lo encontré bien entero, solo con alguna falla en el habla, y algún problema pequeño en su motricidad, la enfermedad no avanzaba tan rápido, le estaba dando tiempo.
En esa oportunidad mis padres conocieron a Margarita y estaban muy contentos con ella. Los veía bastante quebrantados por lo de Sebastian, pero como siempre, muy unidos, lo que me hacía creer que se los veía firmes. Sobre mi hermano, ellos me explicaron que iban a hacer todo lo que era necesario para “sacarlo” de esto. Recurrieron a un especialista y estaba bajo tratamiento.
Por esos días, Sebastian se quedaba solo, se divorció de Marianela, su esposa. Ella lo abandonaba justo en el momento en que él, más la necesitaba por su enfermedad, y por las dudas, también, Marianela se llevaba a Silvia, la hija de ambos. Por supuesto, dentro de mí iba circulando esa mala sangre que trae el desprecio hacia ella.
Entonces, no podía hacer otra cosa que volver a Alemania y seguir con mi rutina. De todos modos, ubicado nuevamente en “el país de los chucrut”, quise hacerme un estudio de médula para confirmar si había compatibilidad con la de mi hermano y es, por lo que pedí, también, un examen de la médula de él. Felizmente, éramos compatibles. Me cambió el ánimo por esos días y alentaba muchas expectativas pues podría ayudarlo por si acaso fuera necesario un trasplante de médula. Les comuniqué esto a mis padres, jamás me contestaron nada al respecto. 
Desde aquí, averigüé que existían tratamientos que, tal vez, prolongarían la vida de Sebastian y que dichos tratamientos se realizaban en clínicas especializadas. Fui a visitar una de ellas y hasta conseguí información de cuanto y como se podía pagar un tratamiento para esta enfermedad. Lo que sí, hacía obligatorio que mis padres, o uno de ellos, junto con mi hermano, viajaran hasta aquí,  y de esa manera colaboraría económicamente para los gastos de traslado e internación, ninguno me contestó.
Supe que lo trataban con  corticoides, eso le cambió el metabolismo, empezó a engordar y a empeorar, lo que traería como consecuencia que, su motricidad se reduciría mucho. Sebastian tenía que luchar contra el reloj que se iba devorando su vida y sus posibilidades.
Hablaba por teléfono con él y se notaban los cambios en la voz, y lo difícil que se le volvía la pronunciación de las palabras. Para colmo, en la desesperación, mis padres lo llevaron al Brasil en busca de una especie de “pai de santo” que realizaba cirugías u operaciones, y que no sé como fue el resultado de aquello, pero cuando al año siguiente, volví a casa, lo vi que tenía una cicatriz importante en la cabeza. Verlo así, fue muy doloroso. Estaba en silla de ruedas sin poder caminar y sus brazos y manos, conservaban algún mínimo movimiento, muy primario.
Nos fuimos a la casa de Córdoba en la Villa (General Belgrano) y allí, recuerdo que, a los pocos días yo tenía que volver para arreglar algún asunto mío, fue cuando le pedí a papá que iba a llevar a Sebastian a Buenos Aires y luego, nos encontraríamos todos en casa.
Por supuesto, mi padre no me autorizó. Pero Sebastian si quería hacerlo, quería viajar y estar a solas con su hermano aunque sea un día. Por lo que lo puse en el asiento del auto, acomodé la silla de ruedas en el baúl y lo traje igual.
Pasamos el viaje riéndonos y al parar para almorzar en un restaurante fue que hasta tomamos una copa de vino y festejamos un día completo para nosotros. Parecía ¡tan feliz! en ese día.
Mi tiempo en Buenos Aires estaba acotado y tenía que volver a Frankfurt. Otra vez, viajaría con la incertidumbre de no saber que pasaría con Sebastian. Lo veía entre mis afectos más profundos y ahí, estábamos pasando por una niñez con muy pocas alegrías, muy exigente de parte de nuestros padres. No quería aceptar que él no iba a vivir mucho más. Se estaba agotando su vida, y no podía estar cerca, no podría ayudarlo. Su mundo se apagaría llevándose sus sueños y sus ilusiones, su sonrisa tan preciada, sus lágrimas.
-Para cumplir con tu voluntad volví a Buenos Aires, y luego, tenía que “derramar” tus cenizas en la casa de la Villa (General Belgrano), en Córdoba. Allí, en el fondo, alrededor de ese árbol añoso que tantas veces nos abrazó con su sombra en días inolvidables.
Es allí, donde se ve todo iluminado de flores. Donde hoy, ellas crecen compartiendo tu cuerpo hecho cenizas que, se “misturó” con la tierra que amas.


Octaedro

Agradecemos la colaboración de "latonta" por su aporte de esta grabación con el enunciado del poema aquí nombrado y transcripto, así, como la musicalización "de fondo".


En el mundo no hay seres anodinos.
Nuestros destinos son como la historia de los planetas. 
Cada uno es singular y único, 
No hay planetas que se le parezcan. 
Aquel que fue amigo de vivir 
alejado de todo, 
suscitó el interés de los otros 
precisamente por su amor al silencio. 
Cada cual tiene su propio mundo secreto. 
Con su propio mejor instante 
y su propia hora terrible, 
que nosotros desconocemos. 
Cuando muere un hombre 
muere con él su primera nieve, 
y el primer beso, y el primer combate… 
Se lo lleva todo consigo. 
Claro, quedan libros y puentes, 
máquinas y telas pintadas; 
bastante es lo queda detrás, 
pero algo también se pierde. 
Tal es la ley del juego despiadado. 
No mueren hombres, sino mundos. 
Los recordamos pecadores y terrenos. 
Pero en el fondo, ¿qué sabemos de ellos? 
¿Qué sabemos de nuestros hermanos, de nuestros amigos, 
de nuestra única amada? 
De nuestro propio padre, 
Sabiéndolo todo no sabemos nada. 
La gente se va sin vuelta. 
Sus mundos secretos no vuelven 
y cada vez que pienso en esto 
me dan ganas de dar un alarido… 


Evgueni Alexandrovich Yevtushenko