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San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

lunes, 15 de abril de 2013

Agradecemos la colaboración de "la voz dormida" por el aporte del enunciado y su musicalización del poema escrito por Yanira Soundy : "A ese hombre"



Pienso en ese hombre que besa como si el mar fuera a desbordarse,
Que siembra su sonrisa en mi piel con la altivez de la espiga,
Que dibuja mi soledad sobre la niebla.
Pienso en ese hombre, dócil a mis ojos, fiel, pleno, íntegro.
En su vuelo humedecido sin tiempo y sin espacio.
Como primavera sobre el trigo del otoño.
Pienso en ese hombre que inventa soles, aguas de seda al tacto y una verdad sencilla para amarme.
Ese hombre cierto, inconstante, mío.
En el callado temblor de sus latidos, en sus ojos de oscuros desafíos.
Pienso en ese hombre que me espera con dulce arrobamiento.
En su cabello de trigo que me inunda en un pleamar de pétalos y trinos.
Ese hombre:
Sol salvaje, río de música y silencio, pájaro en el alba.
Pienso en ese hombre y hay aroma en la música y color en el aroma, claveles recién abiertos y flores niveas en mis sueños.

Yanira Soundy

     Algún brazo detiene tu cuerpo para adueñarse de lo que cree que es un tesoro lleno de misterios y placeres. Acerado brazo que atenaza, que acollara, que aprisiona como la hiedra que rodea al tronco. Ambicioso, él, se sumerge en la propia voracidad, en el deseo de avaricia. Marca un paso demoledor que se acerca a la pasión, pero no está muy distante de aquello, que luego, se transforma en indiferencia. Es como el placer y el dolor, sin distancia, como la vida y la muerte.

         ¿Hilo fino que se estira hasta romperse para desafiar con un mínimo contrapeso alguna ley de la “estática”?
          No…la razón, puede que domine hasta el punto que quiera domesticarte, tiene el argumento convincente, pero “esto”, tiene un sentir más profundo, es la réplica.
          En tu vuelo se escucha el rumor del viento. Hace falta oírlo una sola vez y ya es suficiente. En el loco sendero de trazo firme que deja tu viaje, que impresiona el aire con una estela de luz, cola de cometa exorbitante que se dispara en tirabuzón, ahí mismo, queda encajonado el canto que rumorea “las palabras sagradas”.
          Tu aleteo, sopla aire para despeinar y despertarnos “la sensación de libertad”.

Octaedro


(De perros atados)

Es posible que ese perro atado ladre
a estrellas que lo aturden con señales
o aúlle a quienes lo dejaron vigilando,
para nadie, una casa abandonada.
Los vecinos se quejan porque no pueden dormir,
escuchar la radio o lustrar sus automóviles.
Mientras tanto yo le adivino colmillos azules
como el amor o la muerte y lo imagino altivo
como algunos hombres o como muchos perros.
Porque su sonido tiene algo de delicada insensatez
o de agonía, y ese sonido me acompaña y me persigue.
Porque su ladrido se impone por sobre las voces
desafinadas y rancias de la gente
mezcladas como al fondo de una olla.
Y porque es posible que yo esté atado también,
pero sin su convicción para ladrar y aullar
ahora que, siento finalmente que me han dejado solo
vigilando una luz casi deshabitada.

Néstor Mux


Te miro y veo a través
de tu mirada niña,
un horizonte pleno…
atrapante… hipnótico.
Te miro y sé
que tus ojos otean la distancia
preguntándole…
preguntándote…
como será cruzarla.


Te miro y siento
que el temor por momentos
se agiganta,
apretando en la palma de tu mano
el pasado niño entre mis faldas.
Después, achicando el sudor
 que te recorre el alma,
sientes que está muy cerca tu partida.


Bocanada de soles que te esperan…
tan tuyos y seguros
tan deseados
que por más que mis faldas
y mis manos se enreden en tus sueños…
vuelas, planeas… partes.
Mientras, detrás de ti
yo puedo sonreír llorando,
y llorando, reír
junto a tu vuelo.


Niño – hombre
ya despegaste tu plumaje
de “canchero”
y aunque sepa del ir y venir
que empieza en el oleaje,
te despido feliz…
enormemente feliz….
de haber puesto menos peso a tu equipaje,
haberte contado que, ese  horizonte
siempre…  siempre…
estará por encima y por delante,
para que estires tus sueños
y los alcances.

Alas azuladas


Te veo entre brumas. Lejano aún en la cercanía, lejano aún estando aquí a mi lado.
Distancia sin distancia.
Tan acostumbrada a ti, tan acostumbrada a tus besos y caricias que ahora, simplemente las extraño.
¿Donde estarán tus pensamientos?
¿A donde irán cuando vuelan? ¿Será que volverán aquí?
Te veo entre brumas.
Lejano aún en la cercanía, lejano aún estando aquí a mi lado.
Y seguiré aquí esperando que vuelvas, que tu mente se acomode, que tu te acomodes.
Seguiré sosteniendo tu mano, seguiré acompañándote aunque tú me sueltes.
Seguiré sabiendo quien eres aún cuando tu ya no sepas quien soy.
Tu mente no volverá a ser la que era.
Tú no volverás a ser el que eras.
Pero aún sigues a mi lado y aunque ya no me recuerdes, sé que en alguna parte sabes quien soy.


De buena fibra



Me quede detenida
en ese instante de hace tanto y tan hoy.
Me sumerjo en tus ojos tristes,
acaricio en secreto tu sonrisa,
navego tus labios una y otra vez,
soñando ese beso.
Ese, que lleno de lágrimas
no pudimos dar,
con el nudo de tanto vivido
y ¡tanto! por dar.



Algún día recorreré tus cejas,
me dormiré en el espacio
entre tu nariz y tu mentón,
bajaré por tu barba zigzagueando
en la calidez de tu cuello,
para delirar historias sobre tu pecho.
Algún día, seré lo que debí ser,
piel de tu piel.
Por ahora, solo soy suspiro de un encuentro,
y tú, aventurero de mis horas quietas.



¿Quién  sabrá  jamás
de pérdidas y olvidos,
cuando aún late lo vivido?
¿Quien pensara recuerdos
 cuando aún la sangre
está caliente de tanto deseo?
¿Quien se esconde tras esos ojos
que aún  le miran?.
Los despojos yacen
tras las sombras,
mientras las huellas
del ser amado te consumen,
te destripan, te vuelves carcajada de llanto,
la locura se apodera de tu imaginación,
y aún muriendo, te sientes viva,
por que lo amas,
por que es el sentido de tus días,
por que su ausencia
es la esperanza de la pronta venida.

El tiempo se vuelve nada,
la idea es la caricia,
y si es locura amar a un ausente,
que te  llamen loca de por vida.
¿Que saben ellos,
de sus besos tan sagrados,
de palabras que te hipnotizan,
de letras que se tatúan en la piel
hasta abrir heridas?
¿Que saben del despertar
en sus brazos y volverte mujer
y amante en un solo día?
que me  llamen loca...
por saber.. que ya no soy mía.

                                        IVONNE



“Nostalgias”

En el año 1980 mis padres compraron casa en el pueblo, a la que luego nos mudaríamos.  Un gran caserón antiguo del año 1908, linda y pretenciosa, con ventanales gigantes con vidrios ingleses que daban al patio, con casi 24 metros de frente, ventanas y puerta de cedro -ambos altos- de dos cuerpos, con una gran claraboya en lo alto para que entrara luz y aire y sus dos ventanitas alargadas también, protegidos por rejas.
El llamador era una mano de bronce sujetando una bola, que apoyaba sobre otro círculo de bronce. Bastaba que alguien lo tocara o lo golpeara y retumbaba en toda la casa, penetrando el sonido por el ancho pasillo, llegando hasta el parquecito del fondo.
Al lado estaba la escuela, por lo cual, al pasar los chicos se prendían de la manito, llamando.  (jaja) las veces que habré salido a ver quien era.
A menos de 20 metros estaba la Avenida y enfrente, la Plaza principal.
En época de los carnavales veíamos los corsos, sentados en la vereda.
En la esquina, la vieja panadería, al morir sus dueños paso a ser una confitería, donde cenaban y se amanecían con su música fuerte, en alto volumen. En verano era imposible conciliar el sueño con tanta juventud haciendo bochinche en la calle y en la plaza.
En la primavera del año 1989, el 13 de octubre para ser mas precisa, sufrí el deceso de mi padre a consecuencia de un ACV (accidente cerebro vascular). La casa paulatinamente dejó de tener vida, se fue inundando de tristeza para mí. Ya no lo veía sentado enfrente en el banco de la plaza, o parado en la vereda en el portón del garaje.
Mi padre era una persona bastante silenciosa, armónica, su presencia irradiaba paz y protección.  De altura media, 1.75 mts., delgado, ágil, su andar era ligero como si sus pies no tocaran el suelo. Reía poco, solo lo necesario, a veces su mirada se perdía como si se fuera detrás de sus pensamientos.
De más joven le gustaba llevarnos a mi madre y a mí, al cine, a las obras de teatro o los circos (que recorrían los pueblos). Amaba la música, en especial el tango, tocaba la armónica de oído. Me enseño a bailar la música porteña, para mis 15 años me presento en sociedad en un baile, bailando un vals conmigo.
Cuando se casaron habían ido a vivir a la capital, Buenos  Aires. Y se quedaron trabajando allí los dos durante 6 años, hasta que anuncie mi llegada y a pedido de mi madre regresaron a la campaña.
El trabajo duro del campo no logró embrutecerlo, mantenía sus manos blandas y deseos de hacer sociedad, casi todos los atardeceres iba al Club de la Sociedad Italiana a encontrarse con sus amigos. Era un ser de mucha captación, sensible y a la vez muy sufrido.
Se fue muy joven aún, muy vital con sus 73 años, de manera inesperada, dejando un gran vacío.
Cada vez que visito mi pueblo, al pasar por la Avenida, miro la que fue mi casa, pretendiendo ver inconcientemente a mi mamá en la puerta de entrada, y a mi papá en la vereda o sentado en el banco de la plaza …

Brisa de un pétalo



LA ISLA

…Y vio el arcoíris que desplegaba hasta ella siete hermosos tonos de azul, desde el intenso lapislázuli hasta un casi imperceptible celeste.

Supo que debía subir por él y viajar así a universos jamás conocidos, pero mil veces soñados, por ella.
Le costó increíblemente mover sus brazos e incluso sus dedos pues llevaba  una eternidad completamente inerte. Poco a poco sintió la corriente cálida de su sangre y esa sensación le hizo recordar que aun estaba viva.
Se inclinó ligeramente hacia su izquierda para comenzar la escalada y fue  cuando se percató de que no podía sentir sus extremidades, pero no se extrañó como tampoco sintió asombro alguno, al observar que en el sitio donde la memoria le decía que estaban sus piernas, solo habían dos protuberancias verdes que se fundían con el paisaje selvático de la diminuta isla.

Alzó su mirada triste hacia el sendero azul y reprimió con firmeza las lágrimas que comenzaban a salir, pues cierto instinto heredado de algún ancestro le dijo que su llanto sólo fertilizaría aquella vegetación y ésta, finalmente, terminaría asfixiándola.
Cerró sus ojos y pensó resignarse, pero una suave brisa trajo hasta ella una voz olvidada en el tiempo y que alguna vez, le susurró al oído que el azul es el color de las ilusiones.
Entonces sonrió…

Amaranta




Aspereza, la que deja el agua-ardiente,
la que arrastra la ingenuidad de un trago
que se bebe sin la intención de emborracharse.

Aspereza, la que socava en la piedra
el agua de las lluvias,
o el glaciar que se mueve sobre la roca.

Aspereza que se convierte en superficie pulida,
que se nota en la redondez de esa dureza
que acompaña el lecho del río.


Aspereza, la que entrega el trabajo
que se adueña de las manos.

Aspereza, la que derrama
el suburbio con su gente,
en peregrinaje continuo.

Aspereza que duele
en el rostro de los inocentes,
cuando escupe la miseria del hambre.

Aspereza, el crimen que la ambición provoca. 

Áspera y difícil, hostil y temeraria,
la realidad que construye el hombre,
avanza con holgura sobre toda la vida.
 
¿Será, que en alguna esquina de un sueño,
el hombre, podrá despertarse
con su candorosa sencillez
para crear otra ilusión?


De todos los fuegos…