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Editado por el autor

San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

lunes, 22 de septiembre de 2014



“Haber nacido no te convierte automáticamente en inocente. Pero cuando llegas a un momento en tu vida en que entiendes quién te está jodiendo, perdóname, Señor, quién se aprovecha y quién no, entonces tienes que decidir cuánto estás dispuesto a aceptar. Si no consagras hasta el último aliento de cada día, durmiendo y despierto, a destruir a aquellos que masacran a los inocentes con la misma facilidad con que firman un cheque, entonces, ¿hasta qué punto puedes considerarte inocente? Y es a partir de esos términos absolutos como debe negociarse el día a día”.

“Contraluz”, Thomas Pynchon
(Publicado en Posdata 1 de Blogueras De Mierda, 3 de octubre 2013)


Exasperar con la mueca angustiante de la decadencia. Con la oración que relata la desesperación. Con la imagen que trae el dolor. “Refregar” las llagas hasta que se ahogue un grito. Pronunciar los peores insultos que lastiman. Desafiar, maldecir hasta ofender a la propia “malicia”. El ruido exacerbado, implacable, que ataca en lo más sensible y delicado. Asumir que se desmorona lo último hasta quedar humillado. Que se pisotea en ese tembladeral que denigra. Que aumenta el sabor de tus miserias. Retroceder cobardemente, hasta sentir que “la boca del miedo” te absorbe. Salpicarse de a poco hasta inundarse del helado y putrefacto aliento de la muerte. De reproducir los pensamientos más siniestros. De revolcarse en el barro amargo que provoca el llanto. De estrujar la carne hasta machucarla. Sacarse de encima esa pestilencia que produce el cuerpo, que al fin es tu alimento, para luego, descubrir lo que te forma. Sumergirse en el sumidero de la vergüenza. Arrastrar el pecado más agrio y asqueroso. Contemplar sin misericordia como “trabaja lo maligno”. 
Cubrirse de esas mezquindades que se impregnan hasta formar una costra. Rebalsar de pústulas hediondas que llevan al agravio más chocante en la mirada. Sumar desprecio sin piedad. Acercar el cuerpo erizado de espanto al “oscuro y temerario abismo” en cuyo fondo flota la inmundicia. Así, reinventar el horror, el rechazo, la repugnancia, “el golpe bajo” en el estomago, ahí, donde termina el vientre, en las pelotas o en las espinillas, en cada lugar que el cuerpo recuerde con total afirmación, que enciende la atrocidad que anuncia la siguiente mutilación, casi como un “ejercicio” sado-masoquista. Retorcerse en y palpar “la categórica mierda”. Entonces… todavía estupefacto, el simulacro inmediato de un acto reflejo de la sin razón,  busca en si misma “la energía de la purificación”.

Perezcuper

(Extraido de “Tratado del viento”, páginas 66/67 – R. J. Ayala)

sábado, 6 de septiembre de 2014

Sebastian

Desde  que empecé a convivir con Margarita parecía -o así lo presentía yo- que la relación con mis padres podría mejorar, aunque todavía no la conocían. Sin embargo, hacía dos años que no iba casa y es, en ese tiempo que me entero de “lo de mi hermano”. Me di cuenta que él, tenía una voz distinta al hablarme por teléfono. Lo sentí triste o apenado por algo, y a la vez, ese tono de voz, me daba la impresión de un mal presagio.
Apenas lo interrogué quiso minimizarlo, lo que sea que le estaba sucediendo  era bastante grave.
Acumulé preocupaciones, pero la vida continúa y estando tan lejos mucho no iba a poder hacer. Así, lo creí al principio.
Al llamarlo más seguido fui indagándolo, hasta que un día me lo dijo directamente:
-Estoy muy enfermo, sufro de esclerosis múltiple.
Desde Alemania ¿como podría ayudarlo?
Margarita, al enterarse, se solidarizó inmediatamente. Empezó a buscar información y tratamiento. Es por aquellos años que todavía mucho no se sabía de una enfermedad neurológica bastante compleja. Por eso, entre otras cosas, viajé de nuevo a casa cuando junté algunos días libres. Tenía que ver a mi hermano y eso implicaba verlo en que estado estaba, como lo estaban atendiendo, etc.
Cuando viajé a Buenos Aires me lo encontré bien entero, solo con alguna falla en el habla, y algún problema pequeño en su motricidad, la enfermedad no avanzaba tan rápido, le estaba dando tiempo.
En esa oportunidad mis padres conocieron a Margarita y estaban muy contentos con ella. Los veía bastante quebrantados por lo de Sebastian, pero como siempre, muy unidos, lo que me hacía creer que se los veía firmes. Sobre mi hermano, ellos me explicaron que iban a hacer todo lo que era necesario para “sacarlo” de esto. Recurrieron a un especialista y estaba bajo tratamiento.
Por esos días, Sebastian se quedaba solo, se divorció de Marianela, su esposa. Ella lo abandonaba justo en el momento en que él, más la necesitaba por su enfermedad, y por las dudas, también, Marianela se llevaba a Silvia, la hija de ambos. Por supuesto, dentro de mí iba circulando esa mala sangre que trae el desprecio hacia ella.
Entonces, no podía hacer otra cosa que volver a Alemania y seguir con mi rutina. De todos modos, ubicado nuevamente en “el país de los chucrut”, quise hacerme un estudio de médula para confirmar si había compatibilidad con la de mi hermano y es, por lo que pedí, también, un examen de la médula de él. Felizmente, éramos compatibles. Me cambió el ánimo por esos días y alentaba muchas expectativas pues podría ayudarlo por si acaso fuera necesario un trasplante de médula. Les comuniqué esto a mis padres, jamás me contestaron nada al respecto. 
Desde aquí, averigüé que existían tratamientos que, tal vez, prolongarían la vida de Sebastian y que dichos tratamientos se realizaban en clínicas especializadas. Fui a visitar una de ellas y hasta conseguí información de cuanto y como se podía pagar un tratamiento para esta enfermedad. Lo que sí, hacía obligatorio que mis padres, o uno de ellos, junto con mi hermano, viajaran hasta aquí,  y de esa manera colaboraría económicamente para los gastos de traslado e internación, ninguno me contestó.
Supe que lo trataban con  corticoides, eso le cambió el metabolismo, empezó a engordar y a empeorar, lo que traería como consecuencia que, su motricidad se reduciría mucho. Sebastian tenía que luchar contra el reloj que se iba devorando su vida y sus posibilidades.
Hablaba por teléfono con él y se notaban los cambios en la voz, y lo difícil que se le volvía la pronunciación de las palabras. Para colmo, en la desesperación, mis padres lo llevaron al Brasil en busca de una especie de “pai de santo” que realizaba cirugías u operaciones, y que no sé como fue el resultado de aquello, pero cuando al año siguiente, volví a casa, lo vi que tenía una cicatriz importante en la cabeza. Verlo así, fue muy doloroso. Estaba en silla de ruedas sin poder caminar y sus brazos y manos, conservaban algún mínimo movimiento, muy primario.
Nos fuimos a la casa de Córdoba en la Villa (General Belgrano) y allí, recuerdo que, a los pocos días yo tenía que volver para arreglar algún asunto mío, fue cuando le pedí a papá que iba a llevar a Sebastian a Buenos Aires y luego, nos encontraríamos todos en casa.
Por supuesto, mi padre no me autorizó. Pero Sebastian si quería hacerlo, quería viajar y estar a solas con su hermano aunque sea un día. Por lo que lo puse en el asiento del auto, acomodé la silla de ruedas en el baúl y lo traje igual.
Pasamos el viaje riéndonos y al parar para almorzar en un restaurante fue que hasta tomamos una copa de vino y festejamos un día completo para nosotros. Parecía ¡tan feliz! en ese día.
Mi tiempo en Buenos Aires estaba acotado y tenía que volver a Frankfurt. Otra vez, viajaría con la incertidumbre de no saber que pasaría con Sebastian. Lo veía entre mis afectos más profundos y ahí, estábamos pasando por una niñez con muy pocas alegrías, muy exigente de parte de nuestros padres. No quería aceptar que él no iba a vivir mucho más. Se estaba agotando su vida, y no podía estar cerca, no podría ayudarlo. Su mundo se apagaría llevándose sus sueños y sus ilusiones, su sonrisa tan preciada, sus lágrimas.
-Para cumplir con tu voluntad volví a Buenos Aires, y luego, tenía que “derramar” tus cenizas en la casa de la Villa (General Belgrano), en Córdoba. Allí, en el fondo, alrededor de ese árbol añoso que tantas veces nos abrazó con su sombra en días inolvidables.
Es allí, donde se ve todo iluminado de flores. Donde hoy, ellas crecen compartiendo tu cuerpo hecho cenizas que, se “misturó” con la tierra que amas.


Octaedro

Agradecemos la colaboración de "latonta" por su aporte de esta grabación con el enunciado del poema aquí nombrado y transcripto, así, como la musicalización "de fondo".


En el mundo no hay seres anodinos.
Nuestros destinos son como la historia de los planetas. 
Cada uno es singular y único, 
No hay planetas que se le parezcan. 
Aquel que fue amigo de vivir 
alejado de todo, 
suscitó el interés de los otros 
precisamente por su amor al silencio. 
Cada cual tiene su propio mundo secreto. 
Con su propio mejor instante 
y su propia hora terrible, 
que nosotros desconocemos. 
Cuando muere un hombre 
muere con él su primera nieve, 
y el primer beso, y el primer combate… 
Se lo lleva todo consigo. 
Claro, quedan libros y puentes, 
máquinas y telas pintadas; 
bastante es lo queda detrás, 
pero algo también se pierde. 
Tal es la ley del juego despiadado. 
No mueren hombres, sino mundos. 
Los recordamos pecadores y terrenos. 
Pero en el fondo, ¿qué sabemos de ellos? 
¿Qué sabemos de nuestros hermanos, de nuestros amigos, 
de nuestra única amada? 
De nuestro propio padre, 
Sabiéndolo todo no sabemos nada. 
La gente se va sin vuelta. 
Sus mundos secretos no vuelven 
y cada vez que pienso en esto 
me dan ganas de dar un alarido… 


Evgueni Alexandrovich Yevtushenko