“Haber nacido no te convierte automáticamente en
inocente. Pero cuando llegas a un momento en tu vida en que entiendes quién te
está jodiendo, perdóname, Señor, quién se aprovecha y quién no, entonces tienes
que decidir cuánto estás dispuesto a aceptar. Si no consagras hasta el último
aliento de cada día, durmiendo y despierto, a destruir a aquellos que masacran
a los inocentes con la misma facilidad con que firman un cheque, entonces,
¿hasta qué punto puedes considerarte inocente? Y es a partir de esos términos
absolutos como debe negociarse el día a día”.
“Contraluz”, Thomas Pynchon
(Publicado en Posdata 1 de Blogueras De Mierda, 3 de octubre 2013)
Exasperar con la mueca angustiante de la
decadencia. Con la oración
que relata la desesperación. Con la imagen que trae el dolor. “Refregar” las
llagas hasta que se ahogue un grito. Pronunciar los peores insultos que
lastiman. Desafiar, maldecir hasta ofender a la propia “malicia”. El ruido
exacerbado, implacable, que ataca en lo más sensible y delicado. Asumir que se
desmorona lo último hasta quedar humillado. Que se pisotea en ese tembladeral
que denigra. Que aumenta el sabor de tus miserias. Retroceder cobardemente, hasta sentir que “la
boca del miedo” te absorbe. Salpicarse de a poco hasta inundarse del helado y
putrefacto aliento de la muerte. De reproducir los pensamientos más siniestros.
De revolcarse en el barro amargo que provoca el llanto. De estrujar la carne
hasta machucarla. Sacarse de encima esa pestilencia que produce el cuerpo, que
al fin es tu alimento, para luego, descubrir lo que te forma. Sumergirse en el
sumidero de la vergüenza. Arrastrar el pecado más agrio y asqueroso. Contemplar sin misericordia como “trabaja
lo maligno”.
Cubrirse de esas mezquindades que se impregnan hasta formar
una costra. Rebalsar de pústulas hediondas que llevan al agravio más chocante
en la mirada. Sumar desprecio sin piedad. Acercar el cuerpo erizado de
espanto al “oscuro y temerario abismo” en cuyo fondo flota la inmundicia. Así,
reinventar el horror, el rechazo, la repugnancia, “el golpe bajo” en el
estomago, ahí, donde termina el vientre, en las pelotas o en las espinillas, en
cada lugar que el cuerpo recuerde con total afirmación, que enciende la
atrocidad que anuncia la siguiente mutilación, casi como un “ejercicio”
sado-masoquista. Retorcerse en y palpar “la categórica mierda”. Entonces…
todavía estupefacto, el simulacro inmediato de un acto reflejo de la sin
razón, busca en si misma “la energía de
la purificación”.
Perezcuper
(Extraido de “Tratado del viento”, páginas
66/67 – R. J. Ayala)
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