de construirte en segmentos perfumados
que descubren una nube de suspiros,
con brillos que derrochan alegría,
de gestos que llenan casi todo
los silencios de tu asombro.
Adhiero a una forma de tocarte
justo detrás de aquella luz,
para ver y palpar mejor
donde empieza lo suave
y como se refrescan las manos
en algún vapor del regocijo.
Adhiero a contemplarte
en toda tu extensión,
solo, para aprender
a deslizarme
sobre esos, los recovecos más dulces.
Adhiero a trepar sobre tu árbol cálido,
de sombra inquieta, que multiplica
sus innumerables ramas que me abrazan.
No encuentro nada de ti que no merezca
festejarse como un milagro,
por eso, adhiero también a tus cabellos,
mundo de fibras que acerca la cortina
esplendorosa en plena danza ondulada.
Y adherido estoy a tus entrañas
para celebrar allí el sinuoso recorrido
de la sabia que alimenta tu latido.
De todos los fuegos...
Eran
vacaciones.
-¿A
dónde nos vamos? –pregunté yo.
-Un
amigo me prestó una casa que tiene en el campo. Prepará tus cosas –fue la
respuesta.
Mi
valija ya estaba en el auto, subimos todos y partimos a un lugar desconocido por
mí. Luego de circular por la ruta, tomamos un camino de tierra que se unía a
ella. Llegamos a una tranquera, mi padre la abrió y seguimos.
Al
final se divisaba una casa, alrededor nada, monte y tierra.
No
es que mis padres nos mintieran, es que no nos dieron toda la información,
debieron decir que era una casa que estaba en el medio de la nada de un campo.
La
casa era grande y sencilla, el dueño abrió la puerta y la vimos por dentro. Un
living comedor amplio, una cocina con todo lo necesario, tres dormitorios y un
baño. Dio las explicaciones sobre la provisión de energía eléctrica y sobre todo
el lugar. Nos mostró una bomba de agua manual que estaba atrás de la casa, “no
se preocupen” dijo, “el bombeau (aun recuerdo esta expresión) va a venir dos
veces al día para cargar el tanque”.
Me
gusta explicar esto, “bombeau” era un tipo joven que llegaba religiosamente a
la misma hora todas las mañanas y bombeaba el agua manualmente durante un
buen rato hasta que el tanque rebalsaba. Él, también dejaba un balde que
contenía “la leche recién ordeñada”.
Un
día, este hombre, me preguntó “si quería andar a caballo”, le dije que, “no
sabía”, me explicó que podía traer “un caballo bien manso y que no me
preocupara”, él me enseñaría lo básico.
A
la mañana siguiente estaba allí con el caballo, me dio algunas instrucciones y
me lo dejó. Me subí, fue como si lo hubiera hecho toda la vida y partimos a
recorrer el campo.
Dejé
que el caballo me llevara por donde él sabia, después de todo, yo no tenía
donde ir y comenzó poco a poco a alejarse de la casa.
Se
internó en el monte, era un campo de tierra y espinillos, algunos árboles verdes,
cada tanto, unos pastos con flores. El típico paisaje de un campo de entre sierras.
Estábamos
lejos de la casa, lejos de la ruta, comenzó una zona con el piso forrado en
piedra, llegamos al alambrado, el caballo giró hacia la derecha y siguió paralelo
a él.
Al
cabo de un rato, la vegetación comenzó a ser un poco más verde y se empezó a
sentir el ruido del “agua correr”, se sintió ese olor a tierra mojada. En el
alambrado, había una abertura y el caballo pasó.
Siguió
caminando despacio y se detuvo casi como pidiendo que me bajara. Me bajé y el
caballo se acercó despacio a beber en el río.
Me
senté en una piedra a esperarlo. El río corría manso saltando sobre algunas
piedras, esquivando las ramas de algún árbol caído, se veían unos pequeños
peces que nadaban entre las piedras que formaban pequeños diques en la orilla.
Algunos
pájaros y loras pasaban entre las ramas de los árboles revisando sus nidos.
Nadie
llegaba a ese lugar, no había allí ningún sonido que no fuera natural. Era el
lugar ideal para una adolescente a la que le gustaba tanto disfrutar de la paz
y la soledad.
-sí
-le dije- vamos.
Me
subí y emprendimos el regreso, los dos en silencio, él con un andar despacio, casi
como sabiendo que ambos, no teníamos apuro en regresar y que disfrutábamos del paseo.
Llegamos
a la casa y el muchacho estaba bombeando el agua.
-¿Y?
¿Cómo le fue con el caballo? Es muy manso ¿vio?
-Sí,
claro que sí, es un caballo bueno.
-¿Quiere
que se lo vuelva a dejar mañana?
-Sí,
me encantaría.
Y
así fueron todos los días mis paseos por el campo. Y los ratos que pasaba
solitaria a orilla del río llenándome de los olores, los colores, los sonidos
de la naturaleza y haciendo que todo se impregnara tan adentro mío que, aún hoy,
podría reconocerlos.
De buena fibra.
Voy observando sobre el llano
donde crecen girasoles,
la advertencia que trae la lluvia fresca
en la que te ha convertido mi sed.
Voy multiplicándome en sonidos
hasta inundarte de armonía
cuando menos lo esperan tus oídos,
así, me desbarranco en una canción
que se dispara en tus cuerdas.
Peino con mi lenta exhalación,
infinitos tallos de tu siembra en el cielo,
que deja caer esas hojas,
para cubrirme del color de una caricia.
Dibujo de tu luz que estalla
en la misma franja en que se vuelca
el mar tibio de una esperanza.
Octaedro
CARTA A MI EX ESPOSA
Me
pides que te diga que es lo mas bonito que recuerdo de ti.
Comencé
a pensar en tantas cosas buenas, con el tiempo uno olvida lo malo y recuerda
solo lo bueno, fui retrocediendo en el tiempo y llegué a…
Yo
tenía 18 años y tu 15, eras la amiga de mi hermano menor, la odiosa amiga de mi
hermano menor, vecina cercana y como si fuera poco asistías a la misma Iglesia
que nosotros.
Un
domingo, solicitaste ayuda pues organizabas una mañana de trabajo juvenil para
mejorar la pobre vivienda de una familia que vivía por la Av. Argentina (casi a las
afueras de Lima). Me pregunté que diablos harías tu tan chica por la Av. Argentina pero me quedé
bien callado y no levanté la mano para nada. Pensé para mis adentros: ¿como le
hacen caso a esta loca?
Llegó
el sábado anunciado y apareciste tú a recoger a mi hermano, papá había
conseguido unas calaminas para mejorar el techo de la vivienda y yo era el
único infeliz que tenía licencia para conducir y llevar las dichosas calaminas
y obedecí a regañadientes con el encargo. Papá me puso un martillo en mano y me
dijo que pasara por la ferretería y comprara unos clavos grandes que buena
falta iban a hacer (el consejo mas sabio que jamás oí).
Emprendimos
la marcha y en el camino tú comentaste que estarías solo un rato por que tenías
que estudiar para un examen. No me sorprendió en absoluto lo que dijiste por
que te conocía lo suficientemente bien como para mantenerme siempre bien lejos
de ti (quien iba a decir que en unos años nos casaríamos). Así que, contuve una
vez mas las ganas de asesinarte y continuamos el camino y llegamos al lugar
indicado. Ya estaban ahí, un grupo de chicos y chicas esperando y entré a dar
un vistazo.
¡Por
Dios! que espectáculo. Una pareja bastante joven, recién llegados de las
alturas, con dos niños pequeños de unos 5 y 3 años. Recuerdo que pensé que por
lo menos no se habían llenado de hijos.
Alguna
persona caritativa les había brindado un terreno cercado de ladrillos y
afortunadamente con un baño, para que vivieran temporalmente mientras
encontraban algo mejor. En medio del terreno había una especie de choza de
esteras a punto de venirse abajo, el techo también de esteras y cubierto de
plástico (roto) dejaba pasar la lluvia o llovizna, (en caso de que la hubiera)
.
Ya
iba yo a pensar lo que siempre pensamos y decimos los limeños:
-¿A que diablos vienen estos cholos a Lima? -pero
me vino a la mente una escritura bíblica (que no podría ubicar donde está) que
dice así: “Todo lo que hicieras por mis pequeñitos, lo estarás haciendo por mi”,
así decía la escritura o algo parecido y entendí por primera vez a que se
refiere el Señor cuando menciona a sus pequeñitos.
Se
les veía tan indefensos y desprotegidos.
Los
animosos jóvenes inmediatamente comenzaron a planear como reedificar la choza,
fortalecerla o enderezarla. Y yo, lejos de cumplir con mis intenciones de bajar
las calaminas del auto y poner los pies en polvorosa, decidí quedarme y no
dejar en manos de ese grupo de inútiles bien intencionados a esa pobre gente.
Lo
primero que se me ocurrió fue cambiar de lugar la choza y ubicarla en una
esquina para así, aprovechar las dos paredes del cerco, eso nos dejaba mas
material disponible para hacerla mas alta y no tener que entrar agachados.
No
sé de donde me salieron las dotes de carpintero y con martillo en mano, aumenté
el tamaño de los palos y fuimos armando las otras dos paredes del cuarto. Al
vernos en esas lides, no faltó un hombre caritativo que pasaba por ahí y con
alguna experiencia que ya tendría, nos fue indicando como armar los soportes
para poner el techo y quedó bastante protegido el cuartito. Cubrimos las
paredes de esteras y tablas que les habían regalado a los muchachos y al
mirarlo de lejos era increíble lo que habíamos logrado con un martillo, clavos
y una sierra eléctrica portátil que prestó alguien.
Lo
interesante del asunto es que, en la choza apenas había una cama grande y ningún
mueble ni silla. Ni siquiera una percha para colgar la ropa. Las chicas se
dedicaron a sostener la ropa y mantas en sus brazos mientras los chicos movían
la cama al cuartito nuevo. Arreglaron la cama y vino el problema que no había
donde guardar o colgar la ropa. Entonces yo, mismo Mcguiver, clavé en la pared y en los palos que servían
de poste, los clavos que me sobraron y
les quedó el perchero más artesanal que se haya visto.
Las
chicas continuaron su labor doméstica ayudando a la mujercita a lavar sus niños.
Tu, hacía horas que te habías desaparecido ya. Y a mi, se me acabó el espíritu
colaborador y comencé a recoger la única herramienta que había llevado, un
martillo, y en eso estaba cuando veo a los niños saltar y cantar: “Que linda mi
casita, que linda mi casitaaaa”. Y a mi, tremendo muchachote de 18 años se me
hizo un nudo en la garganta...
Supe
después que ustedes les consiguieron mesita y sillas y algunas cosas más, y que
también se convirtieron en sus ángeles protectores. Yo me desentendí del asunto hasta el día de
hoy, que encontré este viejo y tierno suceso entre mis recuerdos casi
olvidados.
Aprendí
que no solo existen angelitos blancos y angelitos negros, existen también
angelitos odiosos como tú y ángeles de toda clase, no siempre perfectos.
Eso
es lo mas bonito que recuerdo de ti Viviana.
Yoda
Agradecemos a "unaamistadparatodalavida" el aporte de este video, dedicado a alguien especial para ella.
MI
ALMA
¿Quién
puede decirnos si somos jóvenes o viejos?
Es
que ¿existe un parámetro para medirnos?
Creo
que no. Si se guían por el cuerpo cansado de arrastrar el dolor y los malos
momentos de la vida pues bien, ahí sí, me declaro mayor. Pero si se guían por
el alma, ahí no, mi alma quiere seguir viviendo y por mucho tiempo más. Es que
ella perdió el tiempo padeciendo algunos dolores y está empecinada en
mantenerse joven.
Ella
es atemporal y puede manejar su plan como más le guste. Yo la dejo que sea
libre, ya pasó el tiempo de ser alma apenada, dominada por el dolor, con su
mueca de tristeza, con los ojos cansados de llorar.
En esa región del alma,
ahora deja que el sufrimiento la invada por momentos nada más, pero no le da
tiempo a que se le instale del todo y cuando siente que la invade, corre
presurosa a buscar consuelo y lo encuentra en un mínimo afecto, una sonrisa que
roba por allí, una mínima caricia, un suave beso. Eso es suficiente para ella y
si la pena es más profunda la transforma en palabras, palabras que quedan
marcadas en el papel como una forma de descarga y es así que mi alma, mi
espíritu sigue siendo joven y mi cuerpo solamente sirve para transportarla. Llevarla
por ahí a descubrir todas las almas de las cosas y de la gente linda que la rodean.
De
buena fibra
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