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San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

lunes, 20 de agosto de 2012


Desde la soledad que respira con mi cuerpo y mi espíritu, sobreviene esto, de buscarte en las palabras y de mirar en tu aura iluminada.



Como un sonámbulo
que se dispara dormido
vivenciando los sueños,
voy atravesando el sonido
que se escucha,
cuando el pensamiento
se traslada a cada letra
y dibuja tu discurso. 





Es ahí, desde donde me instalo para recuperar tu latido...

De todos los fuegos...




Agradecemos la colaboración e interpretación musicalizada de Daily Jara más la ilustración con que se inicia esta presentación.

Extraído de subamosaltren.blogspot.com.ar



GOTAN

Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,

una especie de olvido donde guardar los ojos,

esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.


Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,

las últimas señales que hice para el otoño

se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.


Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,

la señora llovía dulcemente

sobre mis huesos parados en la soledad.


Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,

con un cuchillo brusco me maté

voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,

él moverá mi boca por la última vez.


Juan Gelman




Extraído del cuento "Dijo el tio Angel" del libro "Tratado del viento" (pag. 145, Ruben J. Ayala edición 2011)



Un artista con mayúsculas en este asunto del espectáculo de bailar la “música ciudadana”, fue reporteado en un diario por aquella época del último “Campeonato Mundial de Tango bailado” y entre otras cosas que lo involucraban como uno de los “jueces” de dicha competición, habló de su arte.
     ¿Que otra cosa más podría querer uno, que contara Hugo Soto? (Seguramente, es uno de los mejores).
         Nombró la parte de nuestra anatomía que, según él, descubrió hace mucho tiempo… y es la zona en que se esconde el erotismo extremo. El metacarpo. Primero, está tomarse y luego, la caricia en el metacarpo. Sucede más allí, que en otra parte. “Una hendidura de bahía” permite acomodar “la península del pulgar”.
         Allí, en la mano acariciada, está el secreto de mucho y casi todo de esta danza. La música de este lado del planeta que bailada, pasa a ser un ritual amoroso que permite rozar el cuerpo de la mujer y dejar que la sensación viaje cómodamente, hasta la más intensa y eterna sensualidad. Por supuesto y como siempre, el hombre acompaña, la mujer dirige, se exhibe, avanza, acaricia o arremete agresiva, o se vuelve sumisa, todo en un equilibrio de cortes, pasos, saltos y volteretas, en el extremo justo de la elegancia y el desafío a la elasticidad del cuerpo de ambos. Y retoma el hombre y así se reitera, sucesivamente.
         “El Tango”, con toda su melodía apasionada, una música popular que requiere orquestación, por lo tanto, tiene su lado sofisticado en “la médula” y que al bailarse, pone en “juego” esa parte fundamental de la humanidad que significa la vida en pareja. Dramática, o risueña en sus sainetes. Poética y lunfarda en el decir de sus hijos pródigos. Hasta grandilocuente, en algunos de sus orquestadores.
          “El Tango, está en el aire como el aire. Está en las paredes descascaradas que muestran los ladrillos como llagas y está en la esquina de tu corazón y mi corazón.” (Decía, otro maestro, artista extraordinario: Discepolín).

       “El Tango”, vieja “figura esplendorosa” de la cultura de este pueblo, respira fuerte y plena con su cuota renovadora que aportan las nuevas generaciones. De aquí “sale” que “lo nacional es todo aquello que trasciende para luego, convertirse en algo universal” ( A. Jauretche).
     En algún “tramo” de ese reportaje en el periódico, Soto, sumó su opinión para “confirmar al mejor bailarín”. Decía que, venían de cualquier parte del mundo a competir por el primer lugar. Que ese “competidor extranjero” traía en su equipaje, su ropa de presentación con “algunas variantes”, sus zapatos impecablemente nuevos y cómodos. El  que “juega de visitante”, está entrenado por sus innumerables horas de práctica a lo que no tiene que sumar ninguna otra ocupación, bien descansado, por hospedarse en los mejores hoteles.
          Sin embargo, el “milonguero” criollo viaja en “bondi” desde Zárate o cualquier parte del conurbano, trayendo su único traje y zapatos, “practíca” y ensaya después del “laburo” y por sobre todo, tiene hambre, garra y sentimiento profundo que, se nota siempre, como un “plus” sobre la técnica. Eso lo hace, muchas veces, destacarse como el mejor. “Por que tiene hambre”, sentenciaba una vez más, “el artista con mayúsculas”, don Hugo Soto.


    Perezcuper 




El rastro:

               Basta incorporar una pequeña brisa, la que sale de una fuerte y prolongada aspiración y luego, exhalar; eso solo, para mover todo el mecanismo que significa el regocijo, o tal vez, aquello que suma agitación y resonancia.

Desde un recoveco casi en penumbras, flota  y reverberan los sonidos de “un cuerpo” de sensaciones. Va “montado en entusiasmo", cubriendo todo con una nube que forma un extraño torbellino.



Está, desde la angustia
que supone el grito de espanto,
hasta una vibración mínima
que delata el pestañear
sobre una luz que encandila.
Desde la energía
que parte de una multitud
que declama hacia
una pasión desmedida,
hasta el silencio
con que riega la soledad
cuando se llena
el espacio de ausencias.

Desde la alegría,
que retumba
en carcajada ruidosa,
hasta sutil, el susurro
de un pensamiento que acerca
“la caricia de un pétalo”.
Desde la fanfarria
de los metales
de una orquesta
hasta esa melodía,
que fresca,
va calmando
la sed de los músculos.




Desde el gemido
que produce un orgasmo,
hasta la sonrisa
que mueve tus labios.

Así, cargado el aire
deja a su paso,
el rastro de tu cuerpo.





Octaedro




                                                                       ABUELO


-Vamos remolona, a levantarse.
Esas eran las primeras palabras que escuchaba en la mañana, abría mis ojos y estaba allí, una sonrisa, sus iluminados y pícaros ojos celestes y una gran bandeja con mi desayuno.
-Vamos, vamos. Tomá todo el desayuno, vestite y vení que te espero.
Recuerdo esa enorme taza blanca con una guarda, llena del más rico mate cocido, mis bizcochos con queso y dulce de batata y en un rincón algo, un pequeño regalo, lápices de colores, paquetes de figuritas, un juguete.
Terminaba mi desayuno, me vestía y salía a su encuentro.
Allí estaba, junto al mostrador
-¿Qué haces abuelo?
-Acomodo las monedas – me decía
-¿Te puedo ayudar?
Primero era un no, luego giraba la cabeza y al ver mi cara de desilusión me acercaba un puñado de monedas
-Bueno, buscá las que son iguales y armá pilitas altas como estas.
Yo feliz cumplía la tarea, ahí a su lado, sintiendo el olorcito dulce de su cigarro, ese que prendía y siempre descansaba en el cenicero.
-No hay más abuelo.
-No, ya las acomodamos a todas -me respondía.
-Abuelo, ¿hoy viene el señor de las figuritas?
-Sí.
-¿Me puedo fijar si hay un vale con premio?
-Bueno.
Y allá partía, sacaba la caja del mostrador, y él sabía lo que yo pensaba hacer, me sentaba en el piso y allí abría uno a uno los paquetes, las figuritas se iban amontonando y la caja ya estaba casi vacía.
-¿Y? -me preguntaba
-No está abuelo -contestaba mientras seguía con mi tarea
-¡La encontré abuelo, la encontré! -Y corría a mostrarle el tesoro con una gran sonrisa -¿Se la vas a dar al señor cuando venga así me trae mi premio?
-Sí, claro, la dejamos acá para dársela cuando venga.
Y así transcurrían mis días. Aun hoy recuerdo el olorcito de su cigarro, el sabor del mate cocido con bizcochos con queso y dulce de batata. Y aun hoy recuerdo sus ojos celestes, casi transparentes, con su mirada tierna y cómplice avalando mis travesuras por ahí.
Te fuiste pronto abuelo, pero me dejaste tanta ternura y tan hermosos recuerdos, que aún hoy te sigo extrañando.

De buena fibra



Siestas


Las siestas cuando somos niños pueden ser aburridas, pero no lo son tanto si uno las pasa en un pueblo con amigos.
Luego de almorzar y ayudar a mi abuela a levantar los platos, llegaba el momento de tratar de convencerla para no dormir la siesta.
-¿Puedo ver la tele en vez de dormir?
- No porque vas a despertar al abuelo que está cansado después del trabajo.
-¿Y si me quedo jugando en el patio, allá en donde hay sombra?
-No, porque sabes que el perro de al lado ladra cuando jugás ahí.
Y así seguía, pero mi abuela siempre tenía infinitas respuestas ubicadas después del no y me las daba a todas, hasta que yo, ya sin más excusas, me iba a mi habitación.
Allí me quedaba hasta que sentía un ruidito en el mosquitero de la ventana. Subía a la cama, abría las cortinas, corría muy despacito el mosquitero y saltaba al jardín y de ahí a la plaza de la esquina, lugar donde las fugitivas de la siesta nos reuníamos.
Cada una llegaba con un juguete y algún comentario para compartir: mi hermana cumple años mañana, mi papá está de vacaciones, mi mamá hoy me hizo un flan, la semana que viene me voy de paseo,  interminables comentarios  escuchados con atención,  allí sentadas bajos los árboles, acompañadas del sonido de las chicharras.
En algún momento se escuchaba el llamado de alguna madre que descubría a su hija fugitiva
-¡Uy, si ya se levanto tu mamá mi abuela se está por levantar!
-¡Si, mi mamá también!
-¡Y la mía!
-Vamos, vamos
Y así salíamos todas corriendo. Abría despacio la puerta del costado, esa a la que mi abuelo no le ponía aceite porque decía que así el sabia cuando alguien entraba o salía, pero yo lograba que no hiciera ruido y así,  despacio atravesaba el patio, la cocina, el comedor y entraba en mi habitación.
Uf… menos mal que nadie se levantó,  pensaba mientras me sacaba mis zapatos y me tiraba en la cama.
Al rato aparecía mi abuela para avisar que la hora de la siesta ya había terminado.
-¿Y ahora, puedo salir a jugar abuela?
-Si, ahora si
Y yo salía contenta nuevamente a la plaza, convencida que te había engañado. Pero no, yo sé que no podía engañarte, vos simplemente eras cómplice de mis travesuras.

De buena fibra

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