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San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

domingo, 5 de mayo de 2019

Tal vez, la voz que enuncia, la que trae sus matices de sonido o “color”, la que va edificando gestos o se suspende en el silencio, la que acompaña en la mirada o la que habla con la palabra espontanea para construir el dialogo, hace conocer sus fonemas y procura contener, la resuelta intención de provocar el abrazo.
Sin embargo, mi voz escrita, la que habla con las palabras un poco más pensadas, apenas tiene semejanza con el álgebra de alguien primario, muy limitado, que busca entrelazar los símbolos e intenta acercarse a vos.  
Sí, solo con eso –creo- se puede armar un momento amable ante el sano ejercicio del intercambio. 
Y con estos últimos párrafos, es con lo que pretendo amasar el formato de una “introducción” para después, llevarme a cualquier desprevenido lector, hacia el arriesgado propósito de subirlo a un pequeño vehículo que recorra junto conmigo, los caminos y pueblos, su gente y los paisajes de mi tierra.
Por supuesto, recurro a un lector incauto. Alguien a quien pueda expresarle desde lo más profundo, aquello que causa sentir el volumen espiritual de esta sustanciosa ligazón con el territorio.
Espacio que se llena de naturaleza, de luz y del mínimo bullicio que se expande en las voces. “El espacio argentino”.
También, es para dar rienda suelta al murmullo que viaja en mis entrañas con la determinación de afirmar la identidad o el sentido de pertenencia, y no es más, que el deseo de traducir eso a los que uno llama “hijos de nuestra vida”. A los que uno ama.

Entonces, ahí voy:
                                  “La negra china”, motocicleta pequeña, el vehículo que me lleva sin quejas, ronronea  como si fuera un mínimo y solitario animal que amablemente, acepta mi peso.
Ella -“la negra”- es la que me permite montarla y a la vez, transformarme en la pequeña brisa que quiere navegar en el alma increíble de este infinito espacio de cielo, sol y tierra que me rodea.
Es la desbordante naturaleza que aporta una melodía. Y quiero creer, que es una melodía nueva para mí.    
Repito, “la negra china” no se queja. Al contrario, los escasos 150 centímetros cúbicos de cilindrada, con el silbido parejo de un motor entusiasta bien lubricado, va moviendo esa rueda trasera con la firme convicción de intentar llevarme hasta  donde quiera. Lo hace por esas leyes benditas de la física y de la mecánica, descubiertas y aprovechadas  por el hombre. “La negra” tracciona y se gana en mi mente, más de un calificativo que la acaricia.
Tengo para decir, que he pasado por la Provincia de San Luis. En este caso, la Capital –entre otros lugares- donde me quedé unos días con la sospecha de que algo de aquí podía, nuevamente, sorprenderme.
La llegada a la Capital puntana, ya hecha la noche -en la entrada por la Ruta Nacional Nº 7 (RN7)- con algunas autopistas para conducirse a distintos lugares y hacia el corazón de esta pequeña cuidad, hizo que me perdiera. Lo que recordaba de “antes”, era una entrada con rotonda. Hoy, por supuesto ya no existe.
La primera consigna al llegar fue buscar hospedaje de forma urgente y “cuidar el mango”.
Desde el ingreso a esta provincia, la Ruta 7 es muy segura, con dos manos de cada lado, ancha, de excelente banquina y buena iluminación en muchos pasajes de su recorrido. Eso es para resaltar. Algo diferente a lo que venía atravesando desde  Buenos Aires.
Me pasé unos días por aquí. Terminé por descubrir el Potrero de los Funes, muy distinto a la última vez que vine. Ahora está muy cambiado, superpoblado, con incontables edificaciones nuevas que redundan en  viviendas y otras “cosas”.
Hace más de una década atrás, solo estaba extendida una cinta asfáltica (la autopista) y yo suponía –por aquella época- que era una obra interesante en el medio de las sierras y seguramente, era para formar algún circuito turístico. Esa autopista conecta el dique “La Florida”, su laguna, algunos pequeños asentamientos y la conjunción con la topografía de la zona, dejan atractivos paisajes para ser visitados por los ojos inquietos del foráneo. Antes, solo había camping alrededor de esa inmensa laguna.
Ahora me explico mejor, como es inducir al progresismo. La visión futura de los gobernantes de esta Provincia, llevó la obra pública de autopistas a muchos lugares y rincones de su territorio, con inversiones importantes, creando muchos puestos de trabajo, lo que induce posteriormente, a todo tipo de adelantos, al consumo, etc.
Esas rutas forman la primera estructura. Luego, los complejos habitacionales que realiza el Estado con la planificación correspondiente que incluye, escuelas, hospitales, comisarias y todos los servicios. Después, solo queda seducir al privado a que invierta en las construcciones de lo que se necesita para satisfacer las necesidades del que se radica definitivamente o solo, para el posible visitante. Eso que se transforma nuevamente,  en viviendas, en proveedurías de toda índole, y por supuesto, aparecen negocios inmobiliarios, al que hay que agregarle; de entretenimientos y todo tipo de servicios.
De esa manera, la primera inversión que realizó el Estado Provincial, la recuperan y  multiplican, con la recaudación de impuestos de las nuevas instalaciones que se crearon a través de los años. Un plan de mediano plazo que deja todo tipo de satisfacciones para la gente. Es para destacar, esos proyectos.

Casi faraónico, se podría calificar al ver la obra del Autódromo que forma otro atractivo para la zona. Allí, también desfilan cada año algunas “Scolas do samba” que vienen del Brasil (en época de Carnavales). Entre otros eventos deportivos o de entretenimientos que se desarrollan, aparte de las carreras automovilísticas que forman las fechas del Campeonato Argentino, se hace La Vuelta de San Luis, fecha del Campeonato Internacional de Ciclismo.
En la pequeña localidad de La Punta, muy cercana a “Potrero de los Funes” me hice un alto… para asombrarme una vez más, de lo que allí estaba sucediendo. Tal vez, como su promoción lo dice, la primera ciudad del siglo XXI.
Se ejecutaba el mismo programa con sus rutas impecablemente terminadas. En el camino, con algún Hospital Maternal nuevo, de buen porte, de construcción “moderna”, señalización para guiarse sin equivocaciones, y también, algunas escuelas, etc.
Seguir por esa ancha autopista hasta el asentamiento poblacional, llamado “La Punta”, dejó ver primero -entre pequeñas elevaciones naturales o sierras- que se habían levantado edificaciones en alto.
Son de moderna estructura, la Universidad de La Punta (San Luis) y asimismo, el Complejo Habitacional para hospedar a los alumnos que concurran. Según pude informarme, los alumnos que tengan notas sobresalientes, a modo de incentivo y como becarios, no pagarían ese hospedaje, es decir; es gratis para esos alumnos.
Conforme al Complejo, está el edificio del Centro Astronómico, y otro, para el Centro Tecnológico. Llamaba mucho la atención, construcciones así -en torres- en medio del paisaje tan agreste.
Por información que reproduce la gente de varios lugares, San Luis, es una Provincia que tiene un adelanto muy importante en informática e instalaciones de conexión tecnológica de Internet del tipo Wi – Fi (gratuito), en toda la extensión de su territorio.
A poca distancia de ese Complejo edilicio, se levantaba un Estadio con pretensiones de ser sede de alguna olimpiada y en frente de la universidad, también se podía ver un futuro Centro de convenciones de un formato -a mí modesto entender- muy llamativo y de una estética única.
Por ultimo, en un terreno bien trabajado para conformar una planicie, se construía una réplica de la antigua Plaza de Mayo con su Pirámide -o algo por el estilo- con semejanza a un parque temático, que incluía al Cabildo original (mucho más grande del que está en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) y a la casa de Gobierno (de un frente antiguo, distinto a la de hoy). Todo tal cual, como se veía por aquellos años del inicio de nuestra patria. Ese parque temático también incluye a la casa de Tucumán. Dicha referencia, sacada de alguna pintura paisajística de la Plaza, que exponía como era en aquella época y aquí, se tenía en cuenta para realizar la replica en iguales dimensiones naturales. Obras que iban a sumar atractivo turístico.
Poco más de un kilómetro y ya estoy en La Punta. Los negocios o comercios de todo rubro, son la fachada de todas las cuadras que conforman el asentamiento poblacional.
Sin embargo, desde Buenos Aires, se publicaba en un periódico de gran tirada (de los más leídos) alguna crítica a las obras realizadas por el gobierno puntano. Critica lamentable, que con ironía remarcaba como “las siete maravillas” y menospreciaba dichas obras, tratando de descalificar lo hecho. Por supuesto, el gobierno provincial puntano no comulga con la ideología política que predica ese diario a través de su línea editorial. Más allá de lo dicho, bien se puede ver lo que las obras traen a su pueblo.
 Así de mejorada, es “la pequeña muestra que me tomé de San Luis”, para después, con un clima muy caluroso -casi insoportable- que me curtía la piel, debía atravesar las Sierras de las Quijadas y su Parque Nacional a un costado, rumbo a San Juan (Capital).
La tarde fue muy pesada, y para colmo se agravó, porque me agarró la noche en la ruta, y se hizo muy peligrosa. Poco se veía y todo el trayecto de esa ruta estaba en constante reparación, en obra. Eso fue, a partir de lo que es territorio de la Provincia de San Juan. El primer tramo desde San Luis (Capital) hasta el límite interprovincial, estaba muy bueno.
Sumé demasiadas horas sobre “la negra” y también, un cansancio profundo. La llegada a Caucete (San Juan) fue todo un festejo para mí.
Inmediatamente, al llegar, fui a sumergirme en el aire acondicionado de la habitación donde me hospedaba. Tranquilamente, a las diez de la noche hacía unos 35 grados de temperatura. Por lo que se me dio por celebrar una ducha reparadora, y a dormir en la cama ancha y bien ventilada.
A “la negra china” se la veía en impecable estado. “Ella” me acompaña en “el himno de sentirme libre” y la cordillera, ya no estaba tan lejos. 
San Juan Capital, tiene la forma de una pequeña ciudad modernizada, tampoco es lo que había visto hace más de una década atrás.
Mientras, ya por la mañana, busqué algún camping al lado del lago que se forma por el dique “El Ullum”. Me costó encontrar el camping. Ya no existen tantos como antes, que eran mayoría. Ahora, según pude ver, son “clubs/es náuticos”. “Suena” mucho más importante decirlo así. La aristocracia de San Juan (Capital) se contiene en estos lugares de aire libre y naturaleza donde se practican deportes náuticos aprovechando el lago que forma el dique. Para practicar esos deportes, se requieren vehículos de traslado sobre el agua –entre otras cosas- y eso solo ya es para la gente adinerada. Un tipo manejando una motito cargada con algunos bagallos no pertenecía a esa clase por lo que visitar eso clubs/es ya estaba restringido (solo para socios).
Los campings no son muy accesibles, prácticamente, cuestan tanto como un hotel u hospedaje de baja categoría en plena ciudad y es solo pagar el espacio para colocar la carpa, aparte de aprovechar los sanitarios o el agua potable, alguna proveeduría y si tiene, una pileta de natación.
El lago que conforma el dique se presentó de una majestuosidad inigualable. Luego, la tarde –por las dudas- trajo su ocaso reflejado sobre el agua y el sol,  prendió a fuego lento algunas nubes. Estas nubes se incendiaron justo en aquel momento que quise recogerlas para siempre con mis ojos y con eso, “mi amigo El lago”, afirmó que la vida en esta tierra es para regodearse. Todo puede maravillarnos sin atenuantes.
Hice un recorrido hacía el pueblito “El Ullum”, tenía que aprovisionarme de algunos víveres y cambiar el aceite del vehículo. El camino se hizo mucho más que placentero cuando se abrió de la montaña a un costado, el ancho de un “campo” al otro lado. El verde sembradío de contraste con la terracota de la montaña, traen un sabor único para quien observa con ganas de deleitarse.
Un par de días ya fue suficiente. El silencio en las noches, el cielo abierto, con “su salpicado” de luces de estrellas, dejó nuevamente, esa sensación de agradecer hasta la eternidad.
Mi próximo destino es San José de Jachal, (Ruta Nacional 40). Tal vez, dos centenas de kilómetros de San Juan Capital, hacia el norte.
Ahora sí, me voy al desierto para sentirlo en su dimensión superlativa, vibrando para que el calor de una tarde de enero me lastime. Ahora si, viene el desierto conmigo.
Trato de contemplar los arbustos pinchudos, los colores impactantes de algunas montañas a lo lejos, aquella ave de buen porte que planea, la arena que no se ve pero vuela para producir este “efecto adiabático” y levantar la temperatura ambiente a inaguantables grados Celsius. Aire, viento caliente de “El Zonda”. Temperatura, “casi al borde de la explosión de cualquier columna mercurial”... (¿Un poco exagerado esto último? Hace más de 40º).
Convivo con lo indescriptible que deja un cielo azul, que luego estaré viendo en pequeños valles que, muy de vez en cuando, encontraré delante de mis pasos. Podré observar también, como sobre esos valles, se derraman luz de hilos de agua que bajan de algún glaciar permanente. Hilos, que permite crecer algún verde -para regocijo de los ojos- y que luego, se convierte en alimento.                                
Entonces, mi rostro desarmado por el asombro, se bañó del color de este paisaje. Y la partícula mínima que es mi cuerpo se empequeñece más aún, ante el portentoso espectáculo.
Allí en el desierto, suele el viento traer una pátina que traspasa a todas las criaturas que transitan y sobreviven por aquí. Esa pátina que viene acompañada de música, la que nace de un silbido -a veces imperceptible- desde el mismo seno de la tierra. Esa melodía, la que obliga a cumplir con el movimiento que se impone a través de una danza. La melodía que ayuda a deslizarme con alas gigantes que por supuesto, solo imagino, pero aún así, creo que logro hacerlo.
“La negra” está fiel e intacta. “Ella” me convierte en un personaje alado. 
 Yo, sin saberlo, pero algunos me dejaron esta advertencia:
 -Has provocado a la montaña, al cielo, al aire, al viento, también, has provocado al sol. Todo, para que derritan tu cuerpo. Todo, para que derritan tu ilusión.
Ellos, no saben que la montaña, el cielo, el aire, el viento y el sol, son padre y madre de esta alegría.
Son los que están dando algo de plenitud a mi vida.
Ahí, me veo que voy en busca del agua mansa que me lavará de pecados. El bautismo que convierte todas las culpas en inocencia. Sale de algún río que me lleva y a la vez, alimenta manantiales que brotan subterráneos en alguna otra parte. Es con gratitud, que se ven filamentos de agua y luz, los que salpican la sonrisa en los brotes plantados por el hombre. Estos hombres, que desafían a las inclemencias del desierto.

Llegué a Jachal. Después del mediodía se la ve totalmente desolada, sin apariencia de vida. La siesta y el calor sofocante, son una mezcla ideal para no salir a la vereda, ni pensar en autos que “andan” por la calle. Es solo dejar que el silencio, se apodere de todas las mentes para hundirse en el sueño que la siesta reclama.
Pido, con mi señal de urgencia al rojo vivo -porque el cansancio me obliga y mi cuerpo no está acostumbrado a soportar estas altas temperaturas- reitero y pido, un lugar fresco y limpio. 
Llamé por teléfono al dueño de un hospedaje, el número estaba anotado en la puerta del hotel, llegó y arreglamos. Ver la sombra, la cama fresca de un lugar ventilado y una ducha,  era lo que necesitaba. Sentir el colchón bien mullido y cerrar los ojos. Me desperté cuando entraba la noche y me sentí con la obligación de saber algo de ese pueblo.
La plaza principal a pocas cuadras se llenó de vida, como si fuera una obligación de la gente desfilar por allí. Leí en forma ligera unos carteles de protesta o reclamo contra la explotación minera (de oro) que seguramente, trae contaminación ambiental de las más perjudiciales a cambio de uno pocos puestos de trabajo y solo beneficio que se llevaran empresas extranjeras.
Era esta noche, creo que estaban todos en la plaza. Ni siquiera había un lugar libre para sentarse en cualquier banco. Niños, jóvenes, mujeres, hombres adultos y viejos, estaban allí. Todo era un espectáculo. Había más mujeres que hombres. Vendedores ambulantes, las calles que rodeaban la plaza tenían un tráfico continuo, creo que no faltaba nadie. Tenía que cenar y como no fue suficiente mi descanso, pensaba en mi recorrido de la mañana siguiente. Los restaurantes estaban llenos. Hice la cola que corresponde en uno de ellos, cené bien y a dormir.
Temprano, al otro día por la mañana, ya estaba listo, bien descansado. “La negra” exigía un ajuste de válvulas, “zapateaba” o “chancleteaba” mucho, era la válvula de escape, lo que me obligó a preguntar donde podría hacerlo. No fui muy lejos. Un tal Oscar, me atendió amablemente.
Una pequeña y linda historia la de Oscar. Él, un hombre joven y la mujer, su pareja. Él haciendo mecánica de motos, ella docente y un hijo. El sueño de esa pareja de trasladarse a otro lugar de otra provincia y mi inquietud de preguntar por donde es el camino al Ischigualasto.
Parque Provincial Ischigualasto (“Valle de la Luna”) declarado Patrimonio de la Humanidad.
Un Valle de la Luna me espera. Allí saltaré. Un día esplendoroso de cielo azul, de sol imperturbable. La imaginación no alcanza a dibujar absolutamente nada igual. Todo es inesperado. Es una ruta impecablemente nueva y es nuestra, en el medio de la nada. Cumbres y sinuoso camino, señales, marcas en el pavimento recién hechas, túneles que se socavaron en la montaña iluminados por dentro con señales fosforescentes. Creo que pasé unos nueve en total. Paisajes en algún paraje de altura, miradores para detenerse y observar. Aquí está mi Valle de la Luna, el de mi adolescencia que vi en diapositivas de algún documental que despertó mi curiosidad para luego, después de casi cincuenta años, venir a visitarlo. Aquí estoy, es en el Ischigualasto. Por lo menos, la temperatura ambiente es de unos 40º Celsius.
Como todo Parque Nacional o Provincial, había que abonar la entrada (no es barata). Mi carnet de jubilado sirvió para el descuento correspondiente. Alguien me llevó en auto por dentro del “predio” para poder hacer la visita. Recorrer todo  duraba unas tres o cuatro horas. Ahí estaban esas deformadas montañas para verlas con asombro. Era lo que había producido la erosión de millones de años. Y las mismas montañas, tenían forma de tetas bien moldeadas, todas iguales. Era lo que pasó a ser un paraíso para los paleontólogos del mundo hace algunos cuantos años atrás. A ser investigado por los fósiles de dinosaurios que fueron encontrados, etc. Luego, allá, “La cancha de bochas”, por acá “El submarino”, etc. etc. etc. Un lugar increíble.
Al final de la visita –era pasada las nueve de la noche- “la negra” me esperaba con la rueda trasera pinchada. Había que usar la “espuma” de reparación instantánea para inflar el neumático por un lapso que permitiera trasladarme unos 20 kilómetros hasta llegar a la primera “gomería” que encontrara. Así fue, como me ayudó un viajero en su 505 (Peugeot), oriundo de Morón, Pcia. de Buenos Aires. Hombre joven, muy voluntarioso y solidario. Así fue que se hizo muy tarde. Bien entrada la noche, cenamos en un pequeño bar-restaurant y nos quedamos a dormir en la misma casa del gomero. Todo caro y precario pero el gusto de la aventura, ahí estaba latiendo fuerte. Esto sucedía en “Baldecitos”, Provincia de San Juan.
No tengo GPS y tampoco me interesa tenerlo, me gusta de la forma antigua, con un mapa. Lo único malo, es que el mapa que tengo, no es confiable, no está actualizado y hay caminos que no existen o algunos de esos caminos que se ponen de referencia están sin pavimentar o como simples senderos que a veces, observados, no terminan en algún lugar poblado, se pierden en el desierto. Algo insólito que da para comentar.
Voy a entrar a la Provincia de La Rioja, pasar por el Parque Provincial Talampaya, se supone allí otro lugar increíble, de montaña y desierto que deja boquiabierto a cualquier visitante. Es mucho más caro de lo que suponía por lo que desisto y me dispongo a seguir a Villa Unión. A todo esto, la temperatura del mediodía deja su huella en cada músculo que me compone…
El muchacho del 505 (Peugeot) sigue su camino y yo el mío. Villa Unión quedó atrás.


La Cuesta de Miranda está a punto de sorprenderme ahí, adelante mío. Por supuesto, hay mucho para sonreírle a la naturaleza o gritarle a la vida que este es un país extraordinario, único y maravilloso. Que un viaje tan largo para mirar esos cardones y aquellas quebradas o estas piedras coloradas, ese verde en la montaña este azul de nuestro cielo, ya es un premio inolvidable para mí. En alguna curva vi que se quedó el 505 y fue un placer muy grande poder serle útil al muchacho amigo que me ayudó en el Ischigualasto.

Un mirador para suspirar entre ambos y sacar alguna foto fue el escenario que nos tuvo de protagonistas. Luego, se van a ir sucediendo pequeños pueblos como Nonogasta, donde pretendo descansar, beber líquidos con desesperación y quedarme horas refrescándome aunque sea en alguna acequia por el calor insoportable. Estoy hablando de unos 50 grados Celsius a la sombra. “La negra” tampoco se merece tanto sacrificio. El único hotel que encontré tenía todas las habitaciones reservadas, se acerca el Rally Dakar y dichas “plazas” fueron cubiertas por los visitantes que conforman las delegaciones extranjeras que pasarán por allí como un punto de referencia de dicha competición.  Al menos, eso quise creer y no fue que me rechazaron en la entrada del hotel por “portación de cara”.
Encontré la acequia, y me consolé tirándome agua encima por unas tres horas como mínimo. La tarde se va acomodando para dejar que el planeta cumpla con su órbita en el orden establecido, conforme a las leyes naturales y universales. Debía salir de allí, de ese pueblo en el cual no iba a conseguir un hospedaje. La noche no estaba tan lejos. Chilecito a la vista y más adelante, Famatina.
Me gustó Chilecito, lo poquito que vi desde las calles y ruta que la atravesaba, tenía “aires” de una pequeña ciudad nueva, modernizada. La ruta ancha y bien marcada confirmó eso que digo. Pasé despacio antes de encaminarme hacia Famatina, aunque me desviaba un poco de mi recorrido hacia la frontera interprovincial con Catamarca, no me importaba. Tenía curiosidad por Famatina. Y llegué con la tarde entrando a su etapa final, yo estaba casi destruido. Algo allí, me pareció que iba a dejarme alguna “marca” para recordar. Así fue.
Lo primero era conseguir “un techo”, me orientaron hacia el Hostal Municipal de Famatina. Apenas a unas dos cuadras de la plaza principal del pueblo, allí me fui. Me atendió una chica casi adolescente aún. Pude ver la habitación y me gustó. Adelanté el pago y desarmé parte de mi equipaje para tomar una ducha y tratar de descansar. Fue todo tan obvio y rápido. Estaba durmiendo pesadamente, a los escasos 25 minutos de haber llegado a ese hospedaje.
Seguramente, ahí fuera, el mundo se debatía en ese eterno devenir de los hechos en el que participan –entre otros- “la tragedia y la comedia”, condimentos esenciales de la vida, pero en la habitación que ocupo, más precisamente en una de sus camas, mi cuerpo relajado ejercitaba el descanso más profundo y reparador de los que haya soñado.
La intensidad que deja el movimiento constante se suspendió, para dar paso al placer que se acompaña con la sonrisa más franca y como si fuera que el cuerpo aliviana su peso, comenzó a elevarse en su propia concentración mental.
Así es, me parece… jaja
Me desperté a la mañana, a las 7.30 hs. (A.M.). Dormí bastante, estaba como nuevo… A la noche no había cenado, por lo que mi estomago pedía un buen desayuno. Me encontré con el conserje, pregunté en que consistía el desayuno y mis ojos observaron con alegría lo que estaba en una mesa. Era abundante y variado, hasta mi estomago sonreía. En el pago del servicio de mi habitación estaba incluido ese desayuno por lo que me puse muy contento. 

El conserje me lo sirvió con amabilidad y se quedo frente a mí para conversar. Me hizo algunas preguntas y se presentó. Comentaba sobre Famatina y como se convirtió este, en su lugar en el mundo. Él venía del Conurbano Bonaerense, de Valentín Alsina para ser preciso. Trabajó veinticinco años arriba de un taxi en la ciudad de Buenos Aires, y ahora, era el conserje del hostal, lo ayudaban su hija, la que me atendió a mi ayer al llegar, en la tarde. Hablaba con apasionamiento y de buen talante. Antes de sentarme a desayunar, probé como estaba “la negra”, la encendí y luego, sin darme cuenta dejé las luces encendidas. Un error que iba a tener alguna consecuencia.
Me llamó mucho la atención una foto gigante de la cara de un niño pegada al mostrador de la conserjería. Mientras saboreaba muy despacio lo que me había servido, pregunté por la foto. Debajo de esa foto decía: “Justicia para Lucas”. Un chico de once años. Lo asesinaron y el caso no estaba totalmente esclarecido. Algo aberrante, para lamentar, terrible…
Escuché el relato de parte del conserje:
                                                                      Según me contó no había antecedentes similares en toda la historia de ese pueblo. La sospecha cayó sobre un adolescente que posteriormente, declaró y afirmó haber sido autor del crimen, pero no convenció a los familiares de la victima ni a nadie en el pueblo. Dijo el victimario que: lo hizo para “robarle la bicicleta”.
Parece que el niño asesinado luchó desesperadamente antes de morir y se lo encontró vejado, con heridas cortantes, múltiples golpes y por la contextura física de la victima y del victimario, allí tuvo que haber actuado un adulto más fuerte que haya doblegado al niño asesinado. Esa era la versión de los hechos según el conserje y su relato me dejó atónito.  
Después,  siguió promoviendo “su lugar en el mundo” y lo hizo con un entusiasmo que rápidamente me contagió. Me habló de la Catedral de enfrente de la plaza y su Cristo articulado. Algo que yo nunca había visto ni escuchado. Es decir, me pareció muy novedoso. Se refirió a algunas bondades naturales de este lugar tan interesante. Dijo que conocía senderos y caminos que llegaban hasta poder divisar lo que él llamó como “los seis gigantes”, en la cordillera. Seis cerros de más de seis mil metros de altura.
Describió algunos valles alrededor de este pueblo (Famatina) remarcando el sabor de las hortalizas, legumbres y frutas que se producían en ellos. Contó también, que se hacían excursiones religiosas ya que había creencias que se afirmaron con rituales religiosos y provocaban peregrinajes hacia un cerro en el cual posiblemente, estaba la roca con forma de niño-bebé. El niño Jesús. “El niño de Gualco”, así, se llama en la zona.

El pueblo de Famatina, su gente, los vecinos, tienen una historia más o menos reciente que los erige como héroes. No tienen forma de eludir esa calificación. Se sabe que a pocos kilómetros del casco céntrico del pequeño asentamiento, está el camino hacia la mina de oro, sendero que se enfoca hacia la cima del cerro Famatina, donde hace unos años se quiso, nuevamente, empezar a explotar la extracción del metal precioso. Eso marcó un alerta de peligro para toda la población de la zona. Incluye a pobladores de Chilecito, Nonogasta, Famatina, más algunos asentamientos poblacionales más pequeños. Peligro que trae la contaminación del agua potable con que se proveen todos estos pueblos nombrados y que dependen del glaciar permanente que está asentado sobre el cerro de Famatina. La explotación a cielo abierto, aparentemente, fue o iba a ser aprobada desde la ciudad Capital de la Provincia (La Rioja) y confirmada (creo) desde el gobierno Nacional, adjudicadas a empresas mineras multinacionales extranjeras sin el consentimiento de los habitantes de la zona. Entonces, el reclamo de todos estos pueblos se transformó en una lucha épica contra la burocracia que decide desde puntos muy lejanos el destino de estos asentamientos y que hace oídos sordos a los reclamos de la gente, desconociendo la problemática que acarrea.
Supone dicha explotación, ir degradando en forma descendiente el mismo cerro que contiene en su cima el agua potable de los hielos permanentes del glaciar y que abastece a estos pueblos. Con certeza se sabe que en la explotación del oro, sea a cielo abierto o no, se trabaja con cianuro y el tratamiento de ese componente tan contaminante y mortal para el ser humano es bastante riesgoso o por lo menos muy delicado.
Los interrogantes de los pobladores de la zona parecen muy sencillos de resolver.
¿Agua o muerte? ¿A cambio de que elegir la explotación? ¿Por unos pocos puestos de trabajo?
Todavía, en ese camino a la mina antigua, está instalado “un piquete” permanente formado por los habitantes del pueblo de Famatina haciendo guardia, para que nadie que tenga apariencia de ingeniero minero, geólogo, etc. o lo que es lo mismo decir, extraños al lugar, no puedan pasar por allí. Seguramente, ya hubo enfrentamientos “groseros” con la gendarmería nacional u otras fuerzas de represión. 


Es necesario decir de Nonogasta (foto extraída del sitio www.lavanguardiadigital.com.ar) que, ya es un pueblo que sufre la contaminación de sus aguas potables por componentes utilizados en el curtido de los cueros. Un drama que llena de espanto por las consecuencias de malformaciones en los recién nacidos y que aumenta cada día, los casos de enfermedades cancerígenas que contraen sus pobladores por la ingesta de aguas contaminadas con metales pesados como el cromo. Estos últimos -entre otros desechos encontrados- se utilizan en el proceso de la materia prima de la Curtiembre instalada hace más de treinta años a poca distancia de las viviendas del pueblo. Dichos desechos no son "tratados" como deberían para que su degradación no ocasione daños a la población ni al ambiente.

Luego, vendrán las rutas hacia San Fernando del Valle de Catamarca, San Miguel de Tucumán y Salta (“La linda”). Pasajes inolvidables que merecerán ser descriptas con apasionamiento y con la respiración retenida hasta soltarla en algún suspiro profundo. Pero eso será “otra historia”.

Hoy, ahora, se va despegando de mi piel, muy de a poco y sin querer, lo que pertenece a ese lugar, el sabor de la inmensidad de los cerros que se impregnó hasta en la médula de mi espíritu.
 Andar sobre los caminos trae siempre, la mirada por dentro de lo que fluye con impaciente oscilación e intensidad. Esa vibración al fin, supone –entre otras cosas- lo que edifica mi canto: algo que se liga muy fuerte a la intención de proteger lo que uno considera como propio.
No se trata únicamente, de contemplar para el regocijo o situarse expectante de todo lo que transcurre a nuestro alrededor, también, se trata de  procurar descubrir lo que tiene dignidad, la búsqueda de esa conjunción lo más amable posible con la tierra que amamanta.
“El espacio donde el hombre crece y se hominiza”.
Dejar que “los dirigentes” decidan por nosotros y que solo ellos definan, “que es justo o injusto” en el trato de ese “espacio” o aquello que afecta a nuestras vidas constantemente, SIN CUESTIONAR por apatía o ignorancia, implica no comprometerse. Esto último -quiero creer, felizmente- no debería ocurrir con nuestras generaciones venideras. 

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