Hay veces que mirarte,
equivale a la
sonrisa
que despierta
la armonía.
Un sonido
melodioso
que lleva el
deseo
hasta el límite
de las
palpitaciones
y descubre con
ellas,
el ritmo que me
trae tu perfume.
supone un timbre
que desemboca
en el mismo color
de la ternura,
matiz que, deja
suspendida en el aire
tu espiritualidad,
para ser interpretado
por el instrumento
más sensible del cuerpo
y que trae un suspiro
con tus vibraciones.
abrillantados y vivaces,
con esa
intensidad inusitada,
van sembrando dentro de mí,
esos brotes
robustos
que son solo destellos de tu energía
y me empujan
hasta la euforia.
Pero hay veces
que tus lágrimas,
que tus gestos de angustia,
de miedo o de tristeza,
deshacen el lugar
iluminado por tu bondad
para entregarme a la melancolía.
Es entonces que
–como un acto reflejo-
se despierta
el abrazo
que te cubre y resguarda,
que te apacigua y acaricia,
alivio que disuelve la congoja,
tibieza del aroma que envuelve
hasta disipar el dolor.
De todos los fuegos… (dedicado a Maria)
“Cada vez
que se salva a un hijo nos salvamos todos”.
-Me dirijo a contemplarte e intentar este
mínimo testimonio; voy entrecruzando tus dispares alegrías y tristezas -algo
que solo imagino- para complementar y también, tratar de convertir los símbolos
que conforman las palabras en el dibujo de tu arista menos expuesta.
Cierto es que, se descubre tu bondad. Y
también, descubro este pequeño resplandor de tu mirada que enciende a los demás,
que les dejas esto latente que empuja, aparece tu ternura salpicada en los
sabores y tu pequeño discurso de la cotidianidad tiene ritmo y música, armonía
en cada gesto, saludable sin razón de la humanidad que se llena de tu sonrisa.
A veces, la razón puede explicar los como,
cuando, quien, los porqué y para qué, pero ya lejos de la razón, madre y amiga,
pueden traer la carga de emociones suficientes para desarrollar más fuerza y
continencia. Es decir, lo que nos completa.
Un hijo siempre tiene el valor más
importante, y asumirlo, no solo compete a una madre aunque ella es el
fundamento.
Sé que tu hijo ha tenido problemas de los
que muchos, cuando escuchan, hasta los califican de insalvables. Sin embargo,
desde el mismo despojo que nos hace miserables se levanta esta resistencia
única que, asocia la voluntad con el amor y nos trae a un mundo que lo hace un
poco más justo. Está más vigente que nunca eso de que, “los luchadores son los
imprescindibles ¿que haríamos sin ellos?” Y aquí cabe la pregunta que te
incluye ¿qué haríamos sin vos?
Quien ha tenido oportunidad de sumar años
de vida, puede confirmar lo difícil que se hace caminar por ella y sus
obstáculos.
Encontrar a un hijo sumergido en la
confusión que trae esa calamidad de la
dependencia, sabe mejor que nadie sobre el pedregoso camino a recorrer.
Encarar para rescatarlo, siempre es un acto heroico pues esa desgracia que
sufre es difícil de revertir. Situación en la que nadie quiere encontrarse y
que es una constante que se va repitiendo en nuestras generaciones más nuevas.
Quedar apresado dentro de una adicción tan destructiva –supongo- requiere más
que nunca de sumar mucha buena voluntad y ampliar el continente afectivo sin
limitaciones, sin fronteras y allí, nadie sabe mejor de eso, que una madre.
Por lo que quiero agradecerte y repetirte
la frase del principio:
“Cada vez
que se salva a un hijo nos salvamos todos”
De quien te aprecia.
Octaedro (dedicado a Pilar)
muy bello poema Perez lo as ilustrado muy bien saludos
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