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San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

miércoles, 14 de enero de 2015





Hay veces que mirarte,
equivale a la sonrisa
que despierta la armonía.
Un sonido melodioso
que lleva el deseo
hasta el límite
de las palpitaciones
y descubre con ellas,
el ritmo que me trae tu perfume.


Hay veces que escucharte
supone un timbre
que desemboca
en el mismo color
de la ternura,
matiz que, deja
suspendida en el aire
tu espiritualidad,
para ser interpretado
por el instrumento
más sensible del cuerpo
y que trae un suspiro
con tus vibraciones.


 
Hay veces que tus ojos
abrillantados y vivaces,
con esa intensidad inusitada,
van sembrando dentro de mí, 
esos brotes robustos
que son solo destellos de tu energía
y me empujan hasta la euforia.







Pero hay veces 
que tus lágrimas,
que tus gestos de angustia,
de miedo o de tristeza,
deshacen el lugar
iluminado por tu bondad
para entregarme a la melancolía.





Es entonces que 
–como un acto reflejo-
 se despierta el abrazo
que te cubre y resguarda,
que te apacigua y acaricia,
alivio que disuelve la congoja,
tibieza del aroma que envuelve
hasta disipar el dolor.


De todos los fuegos… (dedicado a Maria)






“Cada vez que se salva a un hijo nos salvamos todos”.

-Me dirijo a contemplarte e intentar este mínimo testimonio; voy entrecruzando tus dispares alegrías y tristezas -algo que solo imagino- para complementar y también, tratar de convertir los símbolos que conforman las palabras en el dibujo de tu arista menos expuesta.
Cierto es que, se descubre tu bondad. Y también, descubro este pequeño resplandor de tu mirada que enciende a los demás, que les dejas esto latente que empuja, aparece tu ternura salpicada en los sabores y tu pequeño discurso de la cotidianidad tiene ritmo y música, armonía en cada gesto, saludable sin razón de la humanidad que se llena de tu sonrisa.
A veces, la razón puede explicar los como, cuando, quien, los porqué y para qué, pero ya lejos de la razón, madre y amiga, pueden traer la carga de emociones suficientes para desarrollar más fuerza y continencia. Es decir, lo que nos completa.
Un hijo siempre tiene el valor más importante, y asumirlo, no solo compete a una madre aunque ella es el fundamento.
Sé que tu hijo ha tenido problemas de los que muchos, cuando escuchan, hasta los califican de insalvables. Sin embargo, desde el mismo despojo que nos hace miserables se levanta esta resistencia única que, asocia la voluntad con el amor y nos trae a un mundo que lo hace un poco más justo. Está más vigente que nunca eso de que, “los luchadores son los imprescindibles ¿que haríamos sin ellos?” Y aquí cabe la pregunta que te incluye ¿qué haríamos sin vos?
Quien ha tenido oportunidad de sumar años de vida, puede confirmar lo difícil que se hace caminar por ella y sus obstáculos.
Encontrar a un hijo sumergido en la confusión que trae esa calamidad de la  dependencia, sabe mejor que nadie sobre el pedregoso camino a recorrer. Encarar para rescatarlo, siempre es un acto heroico pues esa desgracia que sufre es difícil de revertir. Situación en la que nadie quiere encontrarse y que es una constante que se va repitiendo en nuestras generaciones más nuevas. Quedar apresado dentro de una adicción tan destructiva –supongo- requiere más que nunca de sumar mucha buena voluntad y ampliar el continente afectivo sin limitaciones, sin fronteras y allí, nadie sabe mejor de eso, que una madre.
Por lo que quiero agradecerte y repetirte la frase del principio:

“Cada vez que se salva a un hijo nos salvamos todos”
                                               

                                      De quien te aprecia.
                                                                        Octaedro (dedicado a Pilar)

                                                                                                       

1 comentario:

  1. muy bello poema Perez lo as ilustrado muy bien saludos

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