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San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

lunes, 4 de agosto de 2014

Planchar en la Luna (dice: Blanca)

Desde que la noche
trae la tregua
de refrescar la vida,
escucho a mis padres
romper el silencio
en cascadas de risas.

 


Con la Luna llena
se ilumina el campo
y las sombras juegan,
para regocijo mío.






Mientras tanto,
allí arriba,
“descubre” su andar
el inquieto universo,
y despliega incontables luces
sobre nuestro techo.



El fuego con leña
dura del Curupaú,
produce las brasas
que traerá calor a la plancha.
Mi madre humedece las prendas,
y la mesa “ensabanada”,
se salpica de perfumes,
y caricias de la ropa almidonada.



¡Esooo, vapor de  alegría!
¡Esooo, vapor de carcajadas!
La fiesta de planchar en la Luna,
se enciende en las miradas.

De todos los fuegos…
(A la abuela Rita)


 Redescubrir para comenzar de nuevo:
                                                      Sumar al detalle de todas las cosas, la cuota de misterio, la que se sobrepone a los sentidos y después, intentar vislumbrar eso “…que subyace en cada vibración”, por si despierta la sospecha de que hay vida.
Luego, sembrar la ilusión, esa luz de complacencia, la que se quiere cosechar para festejarnos en cada color, en cada retoño de esperanza, en cada aroma que deja trascender ese volumen de humanidad que le da cuerpo al espíritu.  
Lugar, donde nace la sustancia de lo inmaterial. Lugar, donde crece y se arraiga lo afectivo, lo que le da “sentido a la existencia”.

Redescubrir o develar en la oscuridad del silencio y también, en el momento de su esplendor, para observar una nueva forma de pensarnos. Es decir; reconstruir con todos nuestros escombros, aún con los que se consideran miserables o maliciosos, para edificarnos mejor, más fuerte, sin desvirtuar la sin razón y con el complemento de la palabra.


De todos los fuegos…



¿Por qué un hombre querría mejorarse cada día?...

Tal vez, por que necesite verse iluminado por tu aceptación.
Cubre a la piel, una eléctrica y suave vibración que delata tu “halo” de energía. Fosforescencia que se desplaza junto con el cuerpo, que se ondula para develar tu ritmo andariego, que acompaña a tu elegancia y transita contigo sin  descentrarse.
Luego, el fulgor que se alarga, empecinado en perfumar la brisa.
No hay disolución, nada que atenúe el aroma extravagante, exquisito, que sobreviene detrás de lo afrodisíaco.
Tú presencia llena, depositando en el deleite, la exaltación del erotismo puro.

         En aquella parte, donde me frecuentan casi todas las sensaciones y en las caminatas sobre ese, tu terreno ondulado en que crece la gramilla más aromática, sopla una brisa muy suave, para unificar todos los perfumes y crear el suspiro que recorre tu aliento.
         Es, en aquella parte, en la que retumba alguna melodía con el ritmo agónico de pulsaciones perezosas, y también, donde se instala la tarde desnuda, sin pudores, para mostrarnos que desde su vello púbico nace la luz de un pájaro, el que inicia el primer viaje que desparrama el erotismo.
        Es en cierta parte de las nubes que se hace densa a los ojos y está escondida la tristeza. Entonces, el sol entibia mejor, cuando cada criatura se sumerge en la alegría.
        Se transforma todo, con el rumor de las hojas, que hoy, se confabulan para llenar el aire de caricias y no se salva ni la mirada que se adormila con la siesta…ni ahora, el silbido del viento que se empeña en componerte tu canción preferida.
         Se transforma todo, hasta que el silencio gana un instante y en el que ninguna mueca puede dibujarse, salió el suspiro para no volver, la tarde creció para sentir la caída del rocío fresco que la obligó a vestirse, las hojas, que ya no confabulan, la mirada que intenta traspasar la oscuridad y el silbido del viento que calla para no cantar la canción predilecta…entonces, “fue la noche la que se llevó tu nombre” para pronunciarlo cerca de la luna.
          Se transforma todo, pues fue la luna la que dejó encendido el asombro cuando escuchó tu voz.

         Luego:

        Construir lo intangible, lo singular y extraño, multiplicando la intensidad de todo momento con tu voz y tus silencios.
        Es unánime. Las respuestas de todos los reflejos abrazan, circulan detrás de una estela que fosforece, se mueven a tu alrededor.
        En cada revoloteo de chispas se desarma el viento. Al espacio, lo cubre una ciudad de luces que explota en la noche.
        Desde el fuego trabajan los colores para hacer que resuenen en mí las palabras y te dibujen como una llama vibrante.
        Suben hasta un pequeño umbral, demasiados rostros que contienen lágrimas traduciendo la dulzura fresca.
        La alegría puede tener color que se transparenta en acuoso líquido, en sonido de fluidos que corren, en transpirar con el sabor de lo único.
        Una figura adquiere volumen, te hace respirar y crecer desde sus entrañas y prepara cada movimiento que te llenará de gracia.
        Es tu mirada más azul que nuestro techo, más el brillo de quien te espera, hace que tu luz, tenga un efecto que encandila.
       Pisando la tierna gramilla, tus pies desnudos se acomodan para sentir que todo, tiene la gratitud de una bienvenida.

Octaedro
(Extraído del libro “Tratado del viento”, páginas 150 y 151)

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