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San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

sábado, 23 de agosto de 2014

*14 de junio de 1952:

-“…Bueno, es para mí una obligación agradecer este brindis con algo más que un gesto convencional. Dadas las precarias condiciones en que viajamos, solo nos queda el recurso afectivo de la palabra. Y es empleándola, que quiero agradecerles a todos Ustedes. A todo el personal de la Colonia. Verdad es, lo de esta magnifica demostración de afecto casi sin conocernos. Festejar mi cumpleaños como si fuera la fiesta intima de alguno de Ustedes… y aprovechando, que el día de mañana dejaremos el Perú, estas palabras toman forma de una despedida, en la que quiero poner todo mi empeño en reconocer al pueblo de este país, que de manera ininterrumpida nos ha colmado de agasajos desde nuestra entrada…Quiero recalcar una “cosa” más, al margen del tema de este brindis…pero no se preocupen que no voy a bailar… (jaja).
 Aunque lo exiguo de nuestras personalidades nos impide, en este caso,  ser voceros de su causa. Creemos y después de este viaje, más firmemente que antes, que la división en nacionalidades inciertas e ilusorias es totalmente ficticia. Constituimos una sola raza mestiza desde Méjico al Estrecho de Magallanes, así que tratando de librarme de cualquier carga de provincialismo, brindo por Perú y América unida. ¡¡SALUD!!”
**- “No es este el relato de hazañas impresionantes. Es un trozo de dos vidas tomadas en un momento en que cursaron juntas un determinado trecho, con identidad de aspiraciones y conjunción de ensueños.
 …¿Fue nuestra visión demasiado estrecha? ¿Demasiado parcial? ¿Demasiado apresurada? ¿Fueron nuestras conclusiones demasiado rígidas?…Tal vez, pero ese viajar sin rumbo por nuestra mayúscula América, me ha cambiado más de lo que pedí…
Ya no soy yo…por lo menos, no soy el mismo yo interior…”

Extraído de la película “Diario de motocicletas” (Guión cinematográfico de José Rivera y Director: Walter Salles). Relato del primer viaje por Latinoamérica,  compilado de los libros “Relatos de viaje” y “Con el “Che” por Latinoamérica”, escritos por Ernesto Guevara de la Serna y Alberto Granado, respectivamente.

*Discurso de “Fuser” (su apodo antes de ser conocido como el “Che”) en el día de su aniversario, número veinticuatro, en la Colonia del leprosario en San Pablo, Perú.

**Comentario final en el “cierre” de la misma película.



*Tratado del viento


                 Sí el azul que domina el color
del fluido, es posible describirse.
Si el mar, “lecho primario de la vida”
deja su impronta
para festejar su intensidad,
también, será factible calcular
“los efectos del viento sobre las especies”.
Si la “corpulencia” del aire arrastra
y así, deja sobre cada objeto,
su salitroso gusto,
esto último ¿se potenciará sobre mi cuerpo?

La criatura que se atreve en “el éter”,
responde a la extraña y exacta sensación
de saborear la vida en “estado gaseoso”.
El viento traspasa
todos los cuerpos,
los vuelve inmateriales
ni siquiera necesita socavarlos…
Invade nuestra alma para luego,
respirar en cada uno
y hacer el anuncio desde adentro
que: "Volar es suspender el tiempo.
Suspender el tiempo es volverse eterno”

Con esa idea
impregnada en las entrañas
“el  túnel del viento”
deja descubrir y me lleva
hacia “un horizonte perfecto”.
Se ilumina la noche
con el astro plateado
pero desde las nubes
se desprende un velo,
que tiene la forma de haber
protegido tus cabellos.
¿No es la brisa la que me transforma
en “espectador privilegiado”?


La luz hipnotiza a todo,
permite que me haga transparente
y quien sorprende,
con su “combustión interna”
-sin “humor” para contaminar el aire-
sigue moviendo mis alas
hasta hacerme participe
del “eterno instante”.


Perezcuper
(*Extraído del libro “Tratado del viento”, páginas 109/110)

Sí, afirmo… me llegan:
                                       Siento que crecen algunas corrientes subterráneas, que luego brotan, como derramándose en hilos que se acumulan en un orden pero que miradas en “su campo” más abierto, ya conforman lágrimas, lluvias o ríos de letras….
         Olas, que una brisa interior desparrama con la intención premeditada de ocuparse de algo, aquello que produce un relato o tan solo, el eléctrico estimulo de alguna emoción. 
         Resbalan los dedos sobre teclas uniformes y las sumergen para darle “vida” a los signos, se hunden en su preciso y acolchonado lugar y empieza de ahí, sobre “la pantalla”, un dibujo mínimo, un “carácter” que se alinea a otro.
         Las oraciones participan de sonidos varios, de multiplicarse en pinceladas con gusto a lo que toca la lengua. A lo que viaja en las metáforas, salpicando o resumiendo la variedad de ritmos. Nada encierra definitivamente, lo que está allí, en el texto. Felizmente, tampoco, está todo dicho.
         Acude a mi, el lenguaje más rústico y escurridizo –el “único” que conozco- con sus “segmentos del discurso”, con sus significados, que no sé, si alguna vez podré descifrar, con sus reglas de todo tipo, que seguro -por desconocerlas- me es más fácil transgredir que respetar.
          El misterio de la palabra no me ha sido develado aún y no hay ni una sombra del “enigma” que sepa manejar.
         Sin embargo, como la angustia cumple con su permanencia, acepto el desafío de mirar por detrás de los fonemas, de los monosílabos, de un vocabulario exiguo que se me escapa por mi naturaleza limitada, que ni el tiempo puede ampliar aún brindándole, mayor dedicación.
         Sobre “una pantalla iluminada” que muchas veces, diluye hasta las ideas más firmes, se expanden los signos, por supuesto, haciéndome dudar por querer aventurarme en ellos.
         Ríspido, con ese sabor áspero de la lengua seca, voy cruzando algún paisaje “en limpio” del texto y no hay “una conjunción fuerte” que parte desde la palabra.
        Ahí estoy, dibujando símbolos…camuflado de mi mismo para “redescubrirme”, sacar mi angustia y ver como alumbrar “la mística oración”.
        Supone “andar sobre lo enunciado”, con la delicadeza de quien trata de evitar tropiezos. Una finísima capa de hielo sobre el lago que se esconde y fluye por debajo. Hielo frágil, que al fin, se resquebraja y traga mis pasos en el mínimo esfuerzo desequilibrado.
       “Redescubrir”, esa es “la clave del idioma”, la palabra que lleva el estigma, la huella imborrable que ayuda a “reinventar” todas las cosas.
       Con minúscula simpleza, subrayar con “el lápiz”, en las aristas que conforman el bosquejo de un elemento primario. Luego, más ambicioso, trazar con firmeza todos los volúmenes, moldear las formas, suplantar las ideas para convertirlas ¿en relatos?, en “construcciones” de crónicas de hechos condimentadas de sentimientos caros o solo, afirmar el misterio de la poesía, con aquello de entrelazar los “segmentos”, con lo que “dicta la sangre”.
       Entonces, “algunos mundos creados por la abundante imaginación” (jaja) se escaparán por el túnel de las malas interpretaciones  y otros, fijarán su impronta, en el diario intento que sufre “la pantalla”. Allí, en cada “línea”, se designa uno o varios movimientos de “personajes”, de los que participan de algún “bucólico asombro” o de escenas cotidianas en “la ciudad maldita”, de la trama o la malicia de la posible tragedia, de “subsuelos oscuros” o de “ficciones fantásticas”.
        Ahora, se esconden los fulgores detrás de alguna oración para sentir que se iluminan cuando nadie las mira.
         Luego, las letras acompañan un ballet que desconcierta, pues se mueven en libertad cuando las páginas se apilan y están apoyadas en algún lugar, cuando las protege una tapa y contratapa, pero cuando se acercan las manos del “lector”, toman esas letras, el lugar de siempre, cantando con distintas voces y colores. Y a cada “lector” le parecerá un canto diferente, a cada “lectura” de un mismo párrafo la melodía similar pero como si cambiara el instrumento.
         Así, querría satisfacer “mi locura”, desde las palabras, desde esa incomoda angustia que se reflejan en ellas. Sin dominio de nada, con la lengua partida de pura sequedad pero con el idioma que resbala.
       “Salpicado de condimentos” que se enuncian diariamente a mi alrededor.
       “Engordando” con sus groserías o reaprendiendo con su forma “recién hecha”, el relato de la vida. Con la necesidad de buscar en “los nuevos” sonidos un poco de belleza o de fijar, sin remedio, lo que afecta más adentro.
        Intentar encarnarme en un viejo animal que recorre bosques perfumados o tal vez, en alguna hierba caprichosa que quiere un lugar en la misma roca, o como habitante de “la ciudad oscura”, escuchar latidos en los ascensores para mirar dentro de almas encarceladas entre paredes de ansiedad.
      Quizás, abrigado con lo que tira la gente en las esquinas de muros descascarados, ir escuchando lo que retumba, observando lo que rebota en tanta miseria y luego, como se convierte en “música” con la presuntuosa propiedad de un milagro.
       Una “tipográfica música” que cuando la pronuncio, se escapa hacia otros lugares que, definitivamente, no volveré encontrar.

Octaedro
(*Extraído del libro “Tratado del viento”, páginas 142/143)

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