*14 de junio de 1952:
-“…Bueno, es para mí una obligación agradecer este
brindis con algo más que un gesto convencional. Dadas las precarias condiciones
en que viajamos, solo nos queda el recurso afectivo de la palabra. Y es
empleándola, que quiero agradecerles a todos Ustedes. A todo el personal de la Colonia. Verdad
es, lo de esta magnifica demostración de afecto casi sin conocernos. Festejar
mi cumpleaños como si fuera la fiesta intima de alguno de Ustedes… y
aprovechando, que el día de mañana dejaremos el Perú, estas palabras toman
forma de una despedida, en la que quiero poner todo mi empeño en reconocer al
pueblo de este país, que de manera ininterrumpida nos ha colmado de agasajos
desde nuestra entrada…Quiero recalcar una “cosa” más, al margen del tema de
este brindis…pero no se preocupen que no voy a bailar… (jaja).
Aunque lo
exiguo de nuestras personalidades nos impide, en este caso, ser voceros de su causa. Creemos y después de
este viaje, más firmemente que antes, que la división en nacionalidades
inciertas e ilusorias es totalmente ficticia. Constituimos una sola raza
mestiza desde Méjico al Estrecho de Magallanes, así que tratando de librarme de
cualquier carga de provincialismo, brindo por Perú y América unida.
¡¡SALUD!!”
**- “No es este el relato de hazañas impresionantes.
Es un trozo de dos vidas tomadas en un momento en que cursaron juntas un
determinado trecho, con identidad de aspiraciones y conjunción de ensueños.
…¿Fue nuestra
visión demasiado estrecha? ¿Demasiado parcial? ¿Demasiado apresurada? ¿Fueron
nuestras conclusiones demasiado rígidas?…Tal vez, pero ese viajar sin rumbo por
nuestra mayúscula América, me ha cambiado más de lo que pedí…
Extraído
de la película “Diario de motocicletas” (Guión cinematográfico de José Rivera y
Director: Walter Salles). Relato del primer viaje por Latinoamérica, compilado de los libros “Relatos de viaje” y
“Con el “Che” por Latinoamérica”, escritos por Ernesto Guevara de la Serna y Alberto Granado,
respectivamente.
*Discurso
de “Fuser” (su apodo antes de ser conocido como el “Che”) en el día de su
aniversario, número veinticuatro, en la Colonia del leprosario en San Pablo, Perú.
**Comentario
final en el “cierre” de la misma película.
*Tratado del viento
Sí el
azul que domina el color
Si el mar, “lecho
primario de la vida”
deja su impronta
para festejar su
intensidad,
también, será
factible calcular
“los efectos del
viento sobre las especies”.
Si la
“corpulencia” del aire arrastra
y así, deja sobre
cada objeto,
su salitroso
gusto,
esto último ¿se
potenciará sobre mi cuerpo?
La criatura que
se atreve en “el éter”,
responde a la
extraña y exacta sensación
de saborear la
vida en “estado gaseoso”.
El viento
traspasa
todos los
cuerpos,
los vuelve
inmateriales
ni siquiera
necesita socavarlos…
Invade nuestra
alma para luego,
respirar en cada
uno
y hacer el
anuncio desde adentro
que: "Volar es
suspender el tiempo.
Suspender el
tiempo es volverse eterno”
Con
esa idea
impregnada en las
entrañas
“el túnel del viento”
deja descubrir y
me lleva
hacia “un
horizonte perfecto”.
Se ilumina la
noche
con el astro
plateado
pero desde las
nubes
se desprende un
velo,
que tiene la
forma de haber
protegido tus
cabellos.
¿No es la brisa
la que me transforma
en “espectador
privilegiado”?
permite que me
haga transparente
y quien
sorprende,
con su
“combustión interna”
-sin “humor” para
contaminar el aire-
sigue moviendo
mis alas
hasta hacerme
participe
del “eterno
instante”.
Perezcuper
(*Extraído del libro “Tratado del viento”, páginas 109/110)
Sí,
afirmo… me llegan:
Siento
que crecen algunas corrientes subterráneas, que luego brotan, como derramándose
en hilos que se acumulan en un orden pero que miradas en “su campo” más
abierto, ya conforman lágrimas, lluvias o ríos de letras….
Olas, que una brisa interior desparrama con la intención premeditada de
ocuparse de algo, aquello que produce un relato o tan solo, el eléctrico
estimulo de alguna emoción.
Resbalan los dedos sobre teclas uniformes y las sumergen para darle
“vida” a los signos, se hunden en su preciso y acolchonado lugar y empieza de
ahí, sobre “la pantalla”, un dibujo mínimo, un “carácter” que se alinea a otro.
Las oraciones participan de sonidos
varios, de multiplicarse en pinceladas con gusto a lo que toca la lengua. A lo
que viaja en las metáforas, salpicando o resumiendo la variedad de ritmos. Nada
encierra definitivamente, lo que está allí, en el texto. Felizmente, tampoco,
está todo dicho.
Acude a mi, el lenguaje más rústico y escurridizo –el “único” que
conozco- con sus “segmentos del discurso”, con sus significados, que no sé, si
alguna vez podré descifrar, con sus reglas de todo tipo, que seguro -por
desconocerlas- me es más fácil transgredir que respetar.
El misterio de la palabra no me ha
sido develado aún y no hay ni una sombra del “enigma” que sepa manejar.
Sin embargo, como la angustia cumple con su permanencia, acepto el
desafío de mirar por detrás de los fonemas, de los monosílabos, de un
vocabulario exiguo que se me escapa por mi naturaleza limitada, que ni el
tiempo puede ampliar aún brindándole, mayor dedicación.
Sobre “una pantalla iluminada” que muchas veces, diluye hasta las ideas
más firmes, se expanden los signos, por supuesto, haciéndome dudar por querer
aventurarme en ellos.
Ríspido, con ese sabor áspero de la lengua seca, voy cruzando algún
paisaje “en limpio” del texto y no hay “una conjunción fuerte” que parte desde
la palabra.
Supone “andar sobre lo enunciado”, con la delicadeza de quien trata de
evitar tropiezos. Una finísima capa de hielo sobre el lago que se esconde y
fluye por debajo. Hielo frágil, que al fin, se resquebraja y traga mis pasos en
el mínimo esfuerzo desequilibrado.
“Redescubrir”, esa es “la clave del idioma”, la palabra que lleva el
estigma, la huella imborrable que ayuda a “reinventar” todas las cosas.
Con minúscula simpleza, subrayar con “el lápiz”, en las aristas que
conforman el bosquejo de un elemento primario. Luego, más ambicioso, trazar con
firmeza todos los volúmenes, moldear las formas, suplantar las ideas para
convertirlas ¿en relatos?, en “construcciones” de crónicas de hechos
condimentadas de sentimientos caros o solo, afirmar el misterio de la poesía,
con aquello de entrelazar los “segmentos”, con lo que “dicta la sangre”.
Entonces, “algunos mundos creados por la abundante imaginación” (jaja)
se escaparán por el túnel de las malas interpretaciones y otros, fijarán su impronta, en el diario intento
que sufre “la pantalla”. Allí, en cada “línea”, se designa uno o varios
movimientos de “personajes”, de los que participan de algún “bucólico asombro”
o de escenas cotidianas en “la ciudad maldita”, de la trama o la malicia de la
posible tragedia, de “subsuelos oscuros” o de “ficciones fantásticas”.
Ahora, se esconden los fulgores detrás de alguna oración para sentir que
se iluminan cuando nadie las mira.
Luego, las letras acompañan un ballet que desconcierta, pues se mueven
en libertad cuando las páginas se apilan y están apoyadas en algún lugar, cuando
las protege una tapa y contratapa, pero cuando se acercan las manos del
“lector”, toman esas letras, el lugar de siempre, cantando con distintas voces
y colores. Y a cada “lector” le parecerá un canto diferente, a cada “lectura”
de un mismo párrafo la melodía similar pero como si cambiara el instrumento.
Así, querría satisfacer “mi locura”, desde las palabras, desde esa
incomoda angustia que se reflejan en ellas. Sin dominio de nada, con la lengua
partida de pura sequedad pero con el idioma que resbala.
“Salpicado de condimentos” que se enuncian diariamente a mi alrededor.
“Engordando” con sus groserías o reaprendiendo con su forma “recién
hecha”, el relato de la vida. Con la necesidad de buscar en “los nuevos”
sonidos un poco de belleza o de fijar, sin remedio, lo que afecta más adentro.
Intentar encarnarme en un viejo animal que recorre bosques perfumados o
tal vez, en alguna hierba caprichosa que quiere un lugar en la misma roca, o
como habitante de “la ciudad oscura”, escuchar latidos en los ascensores para
mirar dentro de almas encarceladas entre paredes de ansiedad.
Quizás, abrigado con lo que tira la gente en las esquinas de muros
descascarados, ir escuchando lo que retumba, observando lo que rebota en tanta
miseria y luego, como se convierte en “música” con la presuntuosa propiedad de
un milagro.
Una “tipográfica música” que cuando la pronuncio, se escapa hacia otros
lugares que, definitivamente, no volveré encontrar.
Octaedro
(*Extraído del libro “Tratado del
viento”, páginas
142/143)