El armónico escenario de tu espíritu
es la palabra que intenta rubricarte
-esa herramienta limitada-
el escaso recurso
para mi humanidad en desamparo.
Siento que, utilizan mis manos
la tipográfica manera
de moldear tus labios,
y llega, hasta ese ínfimo detalle
en el que navega la ansiedad
de justificarte en la mirada.
La voz que resuena en mi
confirma la dulzura,
suspende por largo rato,
aquello de la soledad,
y es la palabra pronunciada
la que trae vida que contagia.
Dilema que se resuelve
en símbolos que esconden
la naturaleza del sentimiento.
Dilema que te acompaña
para ser creadora de vida,
provocando que cada suspiro
o cada silencio, tenga la melodía
del secreto que te conforma.
Entonces,
Angustia; de referirte a la distancia.
Melancolía; la de querer opacarte
Melancolía; la de querer opacarte
y distraer esa sonrisa plena.
Color; el de escucharte en la música.
Placer; el de esculpirte en los sueños.
Aroma; sustancia por donde viaja tu
canto.
Poema; el armónico escenario de
tu espíritu.
De todos los fuegos... (dedicada a María)
Luego, con “el discurso en trance”, va el
enunciado de un “estado crítico” o “manifiesto exuberante”:
Leyendo en *“El libro de arena” aquello que
confirma mi inexorable destino.
Voy errante, en un mundo que a veces me
resulta esquivo, a veces me resulta extraño, a veces no me deja escapar.
Eso sí, voy con todo, implica mi transparencia
y mi oscuridad.
Con la apuesta de creer, voy desde la vida
“protegiendo la luz”.
Sin traicionar la palabra que me exige “llegar
hasta el fondo”.
Hay “una formula” que pide “el jugo de las
cosas”, sin “transar” con “esa” metáfora que intenta desviar “la mirada
indagatoria”.
Voy pleno de inspiración para pretender
sostenerme en algún reflejo del umbral.
Voy abrazando el sonido que sale y entra en mí
para quedarse.
Voy mirando a mí alrededor, sin cubrirme ni de
espanto ni de espasmos de júbilo, por que hay tantas alegrías como tristezas.
Aún sí se acerca la congoja profunda y por
reflejo trato de protegerme, o cuando la tonada graciosa deja alguna “estela
vivaz”, nada de eso se me hace impermeable.
Voy sacudiendo las ferocidades que me rozan.
Sí es posible, impregnándome de todo lo que
vibra.
Y también, por supuesto, sigo buscándote para
seguir amando.
Perezcuper
Extraído del libro
“Tratado del viento” (página 140)
*(Título del libro y cuento de J. L. Borges)
Escucho al tío Ángel:
-Puedo decir
de mí que, “he triunfado en la vida”. Tengo que admitir que la desgracia me
acompañó desde que, prácticamente, he nacido, o mejor dicho, desde que era un
bebé. Tanto indagar sobre la discapacidad que he padecido, me ha dado la
posibilidad de reconstruirme en lo físico y mental. Fui deambulando con mis
pensamientos hacía esa reconstrucción.
Me queda por
relatar que para sobrevivir, siempre tuve que ocultar mis malformaciones
físicas con ropa de mayor tamaño o usar mangas largas, siendo muy eficaz, en
ese sentido. Simular que caminaba con normalidad, sin ningún esfuerzo, o que no
tendría “inconvenientes” con mi brazo “enfermo”, así podría llamarlo.
Lo real es
que, no puedo levantar peso alguno con el brazo derecho, apenas lo sobrellevo combinándolo
con el izquierdo.
He necesitado
convencer a mis posibles empleadores para que crean que era capaz de hacer
cualquier actividad sin problemas. Eso, también, traía aparejado el nerviosismo
extra, un poco más de Stress. Así, pude concretar lo que me propuse que, entre
otras cosas, era convertirme en hombre que asume responsabilidades, es decir;
hacer mi propia casa y conformar mis proyectos, tener una linda familia con
hijos y mantenerlos, a la vez, de prepararme para obtener mejores empleos.
Tengo
diversas cirugías en mi cuerpo, algunas obligadas por sufrimientos de dolores, y
otras correctivas para mejorar en mi andar o en lo estético.
Según fui
recopilando información de mis hermanos y de algún que otro pariente que me
conoció de bebé, me dijeron que nací totalmente sano. Esto es, lo que me ayuda
a deducir que la discapacidad que sufro fue producto de algún accidente.
Me contaron
que mi madre acostumbraba a ir al río a lavar la ropa. Al ser yo, tan pequeño
aún, y un lactante voraz, tenía que llevarme a todas partes. Ella me cargaba en
sus brazos y la ropa que tenía que lavar acomodada en un cajón, la transportaba
sobre un burro, en ese mismo cajón que, también, lo utilizaba para darle de
comer a ese animal.
Para
resguardarme, cuando iba a iniciar el lavado de la ropa, me dejaba en el cajón
y así, emprendía su rutina. En alguna ocasión, no pasaron pocos minutos de
haberme dejado allí que, el burro se acercó, posiblemente, reconociendo el
“recipiente” donde comía y al encontrarme dentro de ese “cajón”, reaccionó y me
pisó varias veces o salí despedido, y mi madre, sin siquiera darse cuenta a
tiempo.
Ese fue el
inicio, solo descubrió que su bebé lloraba y que en apariencia, no tenía nada
que llamara mucho su atención. Así fue que, tampoco ella creía que iba a
derivar en algo tan peligroso para mi y el episodio quedó sellado, sin
comentarios a mi padre que escuchaba llorar a su hijo menor, todavía un bebé.
Mi madre con
mucho sentimiento de culpa, vivía la angustia de lo acontecido y me arropaba
como si fuera a cubrirme de posibles consecuencias. Me envolvía fuertemente con alguna sábana, etc. Explicarle
lo sucedido a su marido -mi papá- le daba a ella mucha amargura y temía que él,
tenga una reacción muy negativa hacia ella.
Así, "la vida de campo", así, fueron
pasando los días y creciendo algunos de mis huesos de una manera
diferente a los demás, con sufrimientos continuos, muy dolorosos. Vivir en la
campiña significaba estar alejado de hospitales o lugares de atención para un
niño accidentado que creció con esos inconvenientes y con la ignorancia de mi
madre que no sabía de tratamientos. Mi madre tuvo innumerables cuidados para
conmigo pero quedé con esa carga de por vida y nada tengo que reprocharle ya.
Luego, un
niño huérfano de padre y madre crece con los peores inconvenientes de afecto y
de cuidados. Mis hermanos mayores fueron los continentes afectivos más
importantes junto con mi tía Rita que, nos cobijó como si fuéramos sus hijos.
Crecimos
juntos, mis hermanos y yo muy unidos. La vida, sin embargo, resbala a nuestro
alrededor y también, comulga dentro de nosotros para traspasarnos.
Llegaron los
días de ganarse el sustento en lo que podíamos, siendo muy jóvenes, casi niños,
con la gratitud de mirar cada día con esperanza.
Y aquí
estoy, en el año número ochenta y cuatro que sumé a mi vida, acabo de caerme de
un colectivo, y nuevamente, siento que mis huesos y mis fuerzas están quebrados.
Me ha pasado
la peregrinación de todos estos años por los ojos, el recuerdo, la mirada hacia atrás. Aconteceres a mi alrededor en los que ocurrieron, golpes militares
con persecuciones interminables, guerras y hecatombes de toda clase;
inundaciones o debacles económicas, sufrir de ausencias por muerte de mi esposa
y de mi hijo menor.
Y no puedo dejar de mencionar también que, fui muy feliz.
El dolor
suele ser causa y testigo de nuestra templanza, pero mi tristeza en soledad va
en aumento y esa arma que alguna vez usé para defenderme, hoy, ahora, va a
servirme para terminar con mi vida.
Octaedro
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