Box
El escenario que me propone
la modernidad –ahora-
es lo que se llama: “un cuadrilátero”.
“La porfía” allí, es que
se defina
de una manera extrema, a
los puñetazos.
Y todo, se transforme en
espectáculo.
Se encuentran los cuerpos entrenados
para desbaratar el solitario momento
en que trabaja el miedo.
tienen pocos cabildeos.
Entonces, la acción pura, obliga.
Vienen los golpes directos,
los ganchos, los ascendentes,
los cruzados a la cabeza o al cuerpo.
Las estrategias de caminar por el
ring,
ocupar el centro o apoyarse en las
cuerdas,
son parte de la historia de una
epopeya
que nos cuentan en sus acciones,
ambos contendientes.
para caracterizar a los
púgiles
y serán ellos, “los pegadores”
o “estilistas”
quienes ofrecerán el
movimiento
de cabeza para eludir “bombazos”,
o de lanzar los puños
hacia el golpe
predilecto.
Pero al fin, están frente
a frente
midiéndose en la
distancia y el tiempo,
cada uno dominando su propia esgrima,
en el que un instante traduce la inteligencia
de la maniobra del cuerpo.
el exterminio hacia el otro,
y la tribuna que alienta.
En cada golpe, la tenacidad empeñada
de querer voltear el resultado.
Y la muchedumbre se espanta.
En cada palpitar está
el mismo corazón del coraje.
Y la esperanza de ganar “la batalla”,
está, en cada gota de sangre.
aquella que es la sombra
más oscura.
Así se llena la boca de
angustia.
De esa sed difícil de
saciar.
Está la épica de la
gloria, de la derrota,
del poema que canta
en la lucha hasta el
final.
Luego, esto se termina en
los abrazos
de los que pelean con
lealtad.
De todos los fuegos.
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