Una vez más -con cierta desconfianza- voy camino hacia el artefacto
que guarda y a veces esconde la música
de las palabras. Por supuesto, tengo confirmado lo que era una sospecha bien
fundada sobre mí. Lamentablemente, siento decir que no soy músico, ni siquiera un audaz que se aventura a interpretar
con cierta armonía.
Sí, me encuentro mejor en la definición de un mínimo
aficionado que recorre los símbolos trabajosamente, para aprender a “encastrarlos”,
revisar sus significados y luego, buscar en ellos la expresión de mis sentires.
Todo eso está muy lejos de la música.
Quizás, una mala noticia para los que se arriesgan a leer y
terminan por descubrir este íntimo y penoso dialogo con las teclas.
Estas letras que tienen sus referencias borradas en mi
teclado y que ahora -por la memoria y mi intuición- voy tratando de ubicar para
que me ayuden a deducir, o a responderme estas preguntas:
¿Porqué cada una de estas letras tiene su “propio carácter”? ¿Misterio en el canto que provocan los
fonemas? ¿“Hay algo de luz en sus sonidos”? Al pronunciarlas, ¿Van originando sabores en la lengua?
Parecería que las cualidades de estos símbolos de los que
hablo, son ocurrencias de un delirante y es muy probable que así sea.
Sin embargo, indagar en alguna consecuencia, trae, que
sola, la ansiedad se vuelque en ellas.
Así, voy desandando estas líneas extendidas en cada reglón,
moldeando el fraseo de las metáforas como un autómata amarrado a su fatalidad,
soy el que mueve los dedos acariciando las teclas y deja “a la intemperie”,
esta conversación de mis propios pensamientos.
Entonces, por tener una excusa para escribir, es que se me
da por dedicarle tiempo al relato del último viaje:
“La India colorada” es el nombre de fantasía que recibirá de
acá en más, la motocicleta que me acompañará en este tramo de ruta y que tendrá
su protagonismo en el juego de símbolos que propongo, para transformarse luego,
en relatos de mi (no muy original) “diario de motocicletas”…ja.
“Ella”, de origen de la India, un vehículo de baja
cilindrada, tiene el color que nombro en el párrafo de inicio. Colorado.
Este es el tramo que voy a recorrer junto con mi hijo menor
(él, en su propia moto). Una experiencia intensa que nos llenó de emotividad
compartida y tiene para mi, el fundamento de intentar conocer a mi propio hijo viajando
(esto último; él no lo sabía), además quiero visitar ese pueblito costero en el
que posiblemente, nació mi madre, y también, mirar aquello de lo que el viejo
Heráclito hablaba: “…todo es movimiento, como un río que no se puede parar”, es
decir, la definición de “la vida misma”.
Y a propósito del viejo Heráclito, fuimos incorporando a
nuestro itinerario, el paisaje que hace del agua un elemento primario de
superlativa importancia, donde se pueden dejar esparcidas todas las angustias
hasta que se ahoguen y se las lleve la corriente…ja. Desde allí, buscar un
espacio de reflexión, de tranquilidad, y eso es lo que contagia la conjunción
de la mirada con el río, que después, se hace algo difícil de querer olvidar.
Esta es la propuesta, al menos hoy. Esto es lo que creo.
El equipaje es bastante voluminoso y pesado, lo que redunda
en gastos, pero hay una sonrisa constante, complaciente, que transforma todo en
algo extraordinario y nos llena de alegría.
Posiblemente, no descubriré cosas nuevas para el resto de
las personas que se atrevan a leer, pero hay en mi, esta voluntad de sumar lo
que el verde me causa y creo, tengo la obligación de traducirlo al idioma
exiguo que conozco. Aparte, lo hago por no tener otra alternativa, ya que
traducir eso, no es más que cumplir con esa fatalidad a la cual estoy atado
como a mi destino final.
De todos modos, vayan mis disculpas hacia cualquier lector
que se sienta defraudado.
Hecha estas aclaraciones, enciendo y pongo en marcha a “la
india colorada” y empiezo a buscar esos caminos de alma húmeda, bien
distinguibles, que tienen su canto grabado en el agua, y que nos regala nada
más ni nada menos que –entre otras cosas- el reflejo de la majestad de la
altura.
¡Allá vamos! hacia los humedales, hacia los reservorios de
agua dulce y potable, que el mundo ve como un tesoro y nosotros también,
queremos valorarlo así.
¡Allá vamos!
Los primeros tramos, serán “tocando” parajes combinados con
la costa del Río Uruguay.
Es decir:
Hacer
el primer descanso en Gualeguaychú (Provincia de Entre Ríos). Fue al mediodía para
almorzar. Después seguimos por la 14 (RN) hacia el norte, para asomarnos a Colon,
ubicado a unos trescientos cincuenta kilómetros de Buenos Aires
(aproximadamente).
Parada al fin, que
nos permitió acampar en un lugar que conocía de antes.
Con una buena cena se completó la primera noche y el
descanso correspondiente fue sobre un colchón inflable que respondió a todas
mis expectativas…
Antes de cenar, estuvimos tomando unos mates en la playa de
una arena impecablemente limpia y blanca.
La tarde ventosa amenazaba con algunas nubes cargadas y
posiblemente, nos mojaría en la noche.
El río había crecido bastante, lo que dejaba una pequeña
franja de arena como playa.
Las bases de los troncos de algunos árboles estaban
sumergidas en el agua y con el color gris de las nubes, formaban una
combinación perfecta que traía imágenes en las cuales estaban editadas con el
aire de la melancolía.
No llovió casi nada. Luego, comprobaríamos, que solo amagó
con una llovizna mínima que duró un rato.
Colon tiene calles anchas y donde no llegó el asfalto, hay
una especie de piedra de canto rodado que conforma un piso durísimo y filoso,
en el que no hay que frenar de golpe -súbitamente- ya que una moto cargada y
con ruedas muy infladas y duras, corre el riesgo de patinar y desequilibrarse.
En la noche hubo ritual de fuego, el manjar de un pedazo de
carne asada a la parrilla, alguna mínima ensalada, el vaso de vino tinto
(obligatorio), que dejaron su huella de alegría en nuestros estómagos.
Poca conversación, el silencio se hizo cómplice de algunas
elucubraciones no muy trascendentes…ja.
Primer día sin sobresaltos.
Por la mañana levantar el campamento, previo desayuno
modesto y caliente. Otra vez la ruta 14 hacia el norte.
Próximo destino: Represa de Salto Grande (sobre el Río
Uruguay).
Todos estos recorridos tienen felizmente, como escenario a
la Ruta 14, que está impecable y es de “doble mano para cada lado”, es decir,
dos manos de ida y doble mano de vuelta.
Mi hijo, sabe leer muy bien todo lo que indica el GPS. Él
es el guía y le resultan muy útiles los teléfonos inteligentes, nos facilitó
encontrar el camping en que llegamos rodeados de un bosque enorme y bastante
antiguo en sus especies de eucaliptus (muy altos, añosos). Pegado a nosotros,
el lago que conforma la represa de Salto Grande. Bellísimo.
Mi curiosidad estaba por satisfacerse, quería hacer una
excursión a la represa y ver todo lo que complementa a la obra que produce la
central eléctrica. Primero nos instalamos y seducidos por esa laguna inmensa en
un día para festejar con la sonrisa más amplia, nos dedicamos a comer y tratar
de capturar algún bichito del lago con una línea improvisada. Con esa línea
“nos encargamos de alimentar las mojarras” que en realidad, “nos tuvieron de
hijo”. Desfilaron los mates y la charla con lapsos de silencio importantes. El
lago tenía su protagonismo y allí, lucía impecable, esplendoroso.
Aún cuando
la fibra de mi espíritu
quede lastimada
con los filos de la angustia,
aún cuando
me enfrento a ese adversario
que es el protagonista
de las peores pesadillas.
Aún más, cuando
en la oscuridad de mi cuerpo
predominen los personajes del abuso,
aún así, en lo más intimo de mi ser,
se ilumina y refracta
lo que el astro contagia,
y el verde intenso es el color
de “la tela de mi alma”.
El vegetal…
hierba tierna y aromática
-la del viejo Whitman- me acaricia,
en su tallo me anudo y anido,
y savia-sangre es la que alimenta
el pequeño fruto de mi Esperanza.
Nos dispusimos a ir hasta la represa (Salto Grande). Allí,
tratar de informarnos a que hora partían las excursiones. Nos sorprendió la
respuesta. Todavía era muy temprano (la media tarde) y en este día, ya no había
paseos programados. Optamos por pasar por el puente hacia el otro lado, ver el
río y conocer la localidad uruguaya.
Salto uruguayo, una ciudad pequeña en la que me llamó la
atención los carteles de velocidad máxima. Indicaban siempre un número como 75
o 55 o 35, nunca “un número redondo” (80 – 60 – 40). La idea era tomar alguna
merienda en algún bar que tenga televisión por cable y ver el partido (Clásico
River- Boca en el monumental, la final de la Libertadores que nunca se
concretó). Nos enteramos allí, que no se jugaría. Estaba suspendido. Volvimos
rápido antes de que nos agarre la noche.
Y la noche tendría lo suyo, acompañarla con buena cena y
seguir a la orilla del lago. Dentro del “recreo” había una colonia de vacaciones
para chicos, ideal por estar en contacto con la naturaleza. Como todo lo que
está cerca de ellos (chicos) el camping se lleno de bullicio. Los juegos
nocturnos, las escondidas varias se repitieron hasta muy entrada la noche.
Mucha energía de parte de ellos, que se fueron apagando por cansancio al
acercarse a la medianoche.
Nosotros como espectadores también los disfrutamos. Los
perros vagabundos y cariñosos se multiplicaron a la hora de la carne asada.
Por la mañana, luego del desayuno, emprendimos la marcha
sobre la ruta. Hacia los costados se empezaron a notar grandes plantaciones de
árboles, eucaliptus y coníferas (pinos) que imagino pasan a ser materia prima
de las papeleras o para la industria maderera.
El camino es bastante placentero, no tan exigente. Después de
largas rectas sobre el llano, viene la entrada a la Provincia de Corrientes. Me
acuerdo una que otra frase de algún dicho popular o poeta correntino.
“Corrientes, tiene
misterio”.
Ya me suena el chamamé por dentro y fuera. El sapucay está a
punto de salir.
Le recuerdo a Tato (así lo llamo a mi hijo menor) que mi
madre (su abuela) es correntina, y su abuelo es chaqueño. Así que él también,
tiene sangre guaraní.
La tierra fosforosa nos deja sus primeros indicios, flota
en el aire y así como su espíritu, está, hasta en los mínimos recovecos.
En Paso de los libres paramos a almorzar. Luego de cierta
duda de pasar o no a Uruguayanas (Brasil), seguimos camino hacia el norte por
la misma 14 (RN).
La noche no está “muy lejos” y hay que buscar hospedaje. General
Alvear es una pequeña ciudad (la capital del departamento del mismo nombre),
allí nos dirigimos. Preguntar por un hotel. Ganas de bañarse y descansar.
Por la mañana, Tato en el desayuno no dejó ni las migas, (cuatro
cafés con leche, catorce medias lunas…jaja) su buen apetito me causa alegría.
Creo que a un padre (o madre) siempre le sucede igual; al ver que el hijo come
bien, supone que está sano y eso lo festeja con una sonrisa.
En un tramo largo por recorrer nos abrimos de la 14 para ir
rumbo a la capital de la provincia de Misiones. Aparecen las primeras curvas y
contra curvas de esas serranías que hablan del territorio misionero.
En esta oportunidad la idea es llegar a Posadas para
almorzar o merendar y ver un poquito su costanera. He recorrido una cantidad
importante de veces esta ciudad, hace muchos años que no lo hago, está muy cambiada,
moderna, más pretenciosa, bastante más poblada y con un tráfico de todo tipo de
vehículos, enorme.
Seguramente, vamos a pasar a Encarnación, ciudad paraguaya.
Por primera vez utilizaré el puente sobre el río, antes lo cruzaba con lanchas
colectiveras de pasajeros. Mucho para ver en poco tiempo ¡lástima!
La noche en la costanera encarnacena se hizo estupenda,
apenas un rumor de viento en este tiempo de primavera cálida, con algunas
playas arenosas, mucho cemento, bien iluminado y resguardado.
El río está ahí, dictando un poco su propio compás, así es
su nombre, “…río que corre sin que se pueda parar”, fundamento de todos sus
latidos. Agua, algo elemental.
Regocijo del cuerpo, provisión de humedad, festejo del
fluido en nuestros alimentos, sed que crece en cada criatura para terminar saciándola.
Así la vida. Así el río para celebrarlo.
Mi hijo me pone inquieto. Él es el encargado de localizar
el camino hacia cada lugar donde nos proponemos ir. Eso implica que siempre lo
esté siguiendo al ritmo que me impone y ahí, se abre el conflicto… jaja
De repente hay una tregua y vamos consensuando. Parece que
la ruta le encanta, tanto que acelera y acelera, no para ni a tomar un mate.
Cuando mis asentaderas ni las siento de muchas horas de estar sobre este vehículo, paramos. Un juguito, un mate, almorzar, un descanso para
caminar o solo sentarme en alguna sombra, observar. Oler el paisaje inundado de
lo verde. La tierra de ese color que tiene vibraciones más remarcadas. Algo que
trae un compuesto que da más vida a estos vegetales. Estallan los sembradíos, cada
especie da su nota restallante y el contraste se acentúa. Ahí, animales
salvajes, aves de rapiña, zorros, etc. Subidas y bajadas, curvas bien
pronunciadas. Nos esperan las Cataratas del Iguazú. Lugar para el asombro
definitivo, total…
Llegamos a Puerto Iguazú, calles con desniveles muy
pronunciados, cuesta arriba, bajadas, y “…verde que te quiero verde”.
Aquí la conjunción de las tres fronteras. Tres fulgores
diferentes que se misturan buscando su expresión más acabada. Todo converge en
un vértice que tiene un poco de cada uno.
Son tres maneras de sentir la vida con distinto idioma, idiosincrasia,
costumbres y tradiciones, que a la vez, van enriqueciendo al de al lado, continuamente.
Un lugar muy interesante que encima tiene el sonido de las cascadas… ja
¡Allí vamos para nuevamente, festejarlo!
El Parque Nacional Iguazú está rebosante de gente y de todo
lo que uno busca por aquí. Animales sueltos, todo tipo de insectos, miles de
turistas acomodándose en las pasarelas para llegar al lugar donde está esa nube
de humedad, la carcajada, la risa plena que da nuestra señora naturaleza para
contagiarnos hasta el asombro más profundo. Es su grito de felicidad, que se derrama
para ponernos en sintonía, en resonancia con su espíritu.
Vale todo lo que encierra un viaje para terminar o empezar
un recorrido que te impregna con el perfume de lo más puro y sano.
Así estamos, el hijo y el padre… jaja y luego de unos cuantos
días y de repetir el paseo por esa cascada infinita y sonriente, volver.
La consigna es volver por la costa del Paraná para tocar
Ituzaingó, Ita Ibaté, Itatí, Corrientes Capital, Empedrado y otra vez elegir
cruzar en diagonal la provincia para empalmar en la 14 la vuelta a casa.
Pero hay que detenerse en Ita Ibaté, recuperar el aire de
Doña Blanquita, nacida en estas tierras para llevar conmigo un poco de ese...
“Corrientes, tiene misterio”.
Y allí, reencontrarme con mi madre. Abrazarme a su sonrisa
inocente. Envolverla con mi llanto.
Madre:
Ya te observo como un río,
salpicando
vida,
refrescando
de calma
cualquier
horizonte,
dejando
a la intemperie
tu
sabiduría.
Ya te observo como un río,
reclinada
sobre el caudal que empuja,
que
trabaja el fondo y la orilla,
demostrando
que el color
puede
sufrir el reflejo,
y
que sumada a tu bondad,
nos
premia con la imagen
de
la altura en su espejo.
Ya te observo como un río,
que
trae su música
entreverada
con el rumor
de
todas las criaturas,
sembrando
risas de espumas,
y
al viento de milagros, esparciendo
el
sabor del barro.
Ya te observo como un río,
con
esa franca promesa de vida
en
tu lecho,
que
se distingue
cuando
se revuelve,
pues
tu movimiento
exige
a cada instante,
se
grave en el recuerdo.
Perezcuper ( A Doña Blanquita)
Hoy, ya pasada algunas horas de ¡tanta excitación! se me
ocurre poner la mirada en perspectiva.
Digo: lamentablemente, mi visión es demasiado limitada y a
la vez, deforma mucho más de lo debido, pero apenas es la pretensión de querer
hacer un mínimo comentario después del churrasco.
Sin embargo, esa mirada acompañado a lo que siento, sobrevuela
para justificar esto; “la huella que me deja lo vivido” y el intento de dibujar
caracteres sobre “la hoja en blanco que me mira”.
Precisamente por eso, me aparece de repente, el pensamiento
-que mal resumiré- de don Ernesto (Sabato). (Tengan en cuenta que solo es el
resumen de una idea sobre lo que él escribe en “El escritor y sus fantasmas”).
A diferencia de un dios, el hombre transita de forma constante sobre esa región
del alma donde sucede todo; la pasión y la nada… la tragedia y la comedia…
Ese hombre, demasiado vulnerable, sigue vagando entre quebrantos y alegrías
pero siempre -caprichosa o tozudamente- está en la búsqueda de pequeños
equilibrios y también, indagando en la belleza o en sus propios fantasmas para
intentar expresar su emotividad. Resultado de eso, es que en su intensa
oscilación descubre la armonía, la
capacidad de crear entre otras cosas, su propia música, su propia poesía, y es comprobable,
entonces, porque un dios no puede
escribir novelas…
Viene a cuento todo esto (jaja) porque nosotros, al igual
que el resto de nuestra especie, fuimos capaces de crear nuestra poesía, nuestro
canto y por sobre todo, provocar este espacio de alegría.
“Se que nuevamente, algo de magia flotaba ahí dentro”.
Artífices de semejante acontecimiento, fue el dueño de casa
que nos brindó la sonrisa ancha, el abrazo cálido. Cocinó para nosotros, amén
de la organización. Por las dudas, trajo la sorpresa invitando a un músico con
galardones de artista con mayúsculas, “Chichín” Cachepo, (disculpen si me
equivoco en el apellido) con su bandoneón y guitarra a cuestas. También, el
mismo anfitrión, sumó su voz interpretando con maestría tangos inolvidables y
hasta lavó los platos.
Así, inclusive, cada uno de nosotros con su presencia se
hizo imprescindible.
Seguramente, no alcanzan las mejores palabras para contar
este evento inolvidable, por lo que solo quiero sumar mi abrazo de
agradecimiento.
Sepan ustedes que me siento premiado por la vida y ojalá
tengamos o nos demos la oportunidad de repetir.
Otra vez, muchas gracias.
El chino.
25 de mayo
“Apenas” es una extraordinaria
fecha de referencia que acumula infinita emotividad.
Así lo sentí.
Ya estamos en lo del tanito
Dipietro, mirándonos con la sonrisa de excitación que implica para nosotros el
clima muy fraternal, agradable, que se vive en estos eventos.
Presentía que en algún instante se
podría formar algo de sustancioso sabor. No era precisamente el pollo al disco
que con mucha devoción, lo preparaba “el enano” Pompilio, al cual quiero
agradecer su inmensa voluntad de homenajearnos al cocinar para todos. Había
algo más, que de algún modo surgiría, como sucede de manera espontanea en
éstas, nuestras reuniones.
Sin la intención de contar las
veces que dichos eventos vienen incorporándose a nuestro tiempo vivido, ahí
estábamos, formando ese murmullo de nuestras conversaciones, con un volumen
importante, cuando de pronto se escucharon de la guitarra del amigo Pomponio,
las notas del himno.
No es que quiera exagerar. Fue como
un ritual que no se pudo eludir, se apartaron las palabras para dejar que la
música gane al silencio, pero no sé si es la edad o mi sensiblera forma de
ponerme cuando lo escucho.
Yo creo, más que nada: entre nosotros hay una forma de magia incomparable. El
solo hecho de participar nos ahorra el estar consciente de ello. No es
necesario darse cuenta. Parecería que esa posibilidad es algo común y
natural que esté entre nosotros.
Sin embargo, no lo es. Mirado en
otro tiempo –ahora- no quiero reconocerlo como algo común. Situarnos como
protagonistas, construir ese momento con la solemnidad y el afecto propio del
amor por el espíritu de esta tierra, nos salva.
¡Estamos salvados amigos!
La vida nos trajo para que seamos
capaces de adornarla, cultivándola de emociones tan intensas como estas, las
que nos prodigamos al cantar juntos.
Por eso quiero siempre agradecerles
y me siento bendecido por ustedes.
El chino.