El secreto…
Este es el instante en que el
recuerdo deja el aire más denso -porque trae amalgamado tu espíritu- lo que mueve a trazar los símbolos para hacerte
llegar mi canto. Una pequeña melodía que se resume en gotas, en vaporoso
resuello que no sabe de violencia. Y también, son los aromas que te corporizan
y sumergen a la tristeza para olvidarla.

Es con la observación de tu figura -la
que hipnotiza a favor del sensible instrumento del cuerpo- lo que produce esta agitación en mí.
Puede que en mi ocurrencia, el
imaginario te haya bosquejado con apasionamiento y con algunos rasgos de lo
ideal, pero además, se hizo generoso cuando te toca en el cuerpo y suspira con
vos.
Es esto que se multiplica cada día y
saboreo, lo que construye nuestra cordialidad. La traza de una ligazón que se
sujeta con firmeza a los nudos de las
manos y los abrazos -bien preparados- aún
para cuando nos sorprenda la tormenta.

Premio que hoy me trae la vida, justo
en este tiempo, cuando se aparece la sintonía más fina de mis años de otoño.
Y observar en los días de mi otoño,
significa valorar mejor el sol que me entibia. Es la hora en que también, me
viene cierta sospecha de haber escuchado en alguna que otra oportunidad
–claramente- la música de una brisa que se sostiene en el espacio, en el
tiempo, para ayudarme a descubrir el canto del espíritu que traen todas las
cosas. Y ya sé, es tan solo una sospecha.

Es en el paisaje de tu rostro que ondula suave el gesto que
edifica la inocencia.
No hay sombras en tu frente que delaten relieves
pronunciados y acompañan tus nutridas cejas, lo que te mueve al discurso.
Eso sí, disparan tus ojos, el verde candor que modifica
todos los colores, para pintar los objetos con aquello que vibra a cada
instante y resalta aún más, lo vital.
Entonces, solo entonces, el rubor de tus mejillas trae la
idea exacta, el halago, la dulce presencia de una fruta que madura permanente.
Cuando tus labios insinúan la sonrisa, puede que el resto de
las criaturas que habitan este mundo, agradezcan el gracioso encanto que sutilmente,
alimenta nuestro fervor.
Ahí voy, haciendo que mis ojos devoren
lo que trae el instante en que me regalan la posibilidad de amar. Tengo aquello
que entra para devolverse en alegría, la roca que siente crecer en su cuerpo
esa mínima brizna que esconde el sabor del secreto del milagro.
Octaedro (dedicado a María).
No hay comentarios:
Publicar un comentario