¡Che, María!
-Cada día que pasa, esta bola de fuego ahí arriba suspendida,
la que parece que va rodando y rodando sobre mi cabeza, cumple con su mandato
universal. Mañana, seguro que vuelve de frente, primero, refrescándose en el
río. Ya conozco su camino.
Hoy, la bola se irá alejando por detrás, a mi espalda.
Es por eso que otra vez, posiblemente, “cerca” del
horizonte, algo explota; le vomitan al cielo éstas nubes de colores. Éstas, que
traen sangre que se pierde entre los rosas, los naranjas, los grises y
celestes… sacudiendo el alma de los que contemplan.
Mientras tanto, mi atardecer compartido, tiene el semblante
de una chica que sonríe y aunque en nosotros, la ciudad vuelca su bruma densa y
pesada de ruidos, la mirada clara de esmeralda, las mejillas en un punto
teñidas de púrpura que luego se diluye, su sonrisa pulcra de blanco nevada, reconstruyen
el momento más amable que pueda existir.
Ella, sabe que sus ojos hasta pueden acariciar las calles
empedradas y en el puente aquel, convertido en una mujer que danza con las piernas
abiertas en el aire, larga un suspiro para celebrar la vida.
Ahí está, ella sentada al lado de un morocho -bastante conocido-
que enfunda su cabeza en un chambergo claro y le gasta su mejor bienvenida.
Le dijiste:
-Hola, Gardel.
Ahí estás, caminando en la urbe donde habitan "las venusinas" sin darte cuenta que sos una de ellas. Te escapaste del poema de Don Horacio
para retozar sobre angostas veredas rodeada de casonas viejas en San Telmo.
Y al acercarte a la Plaza Dorrego, ya te acompaña un
fantasma que seguramente, se desprendió de algún tango.
En aquella esquina, “El balcón”, derrama su música. Parece
que es algo de jazz y también algo de magia. Sobre el entablado sonó un taconeo
que marcó tu presencia.
¡Aquí María! Aquí la gente, te llama:
-¡Che, María!
Y como la imaginación no tiene en cuenta los gastos de
combustible, todavía se te ve volar por cada rincón de esta ciudad para
saborearla en su misterio y su luz, en su cultura amplia y fecunda, en su gente
solidaria y creativa (la mayoría) y la otra, despiadada y cruel (las menos).
Y la Santa María de los Buenos Aires hasta aquí, te
agradece.
-¡Che, María! ¿Sabías que sentir tus pasos que repiquetean
en noches eternas, o en mañanas soleadas, o por las tardes venturosas, es como decir
en código Morse a tanta urbanidad porteña: “Yo te quiero, Buenos Aires”?
¿Sabías eso?
¿Sabías que en cualquier barrio, desde la mesa de un bar
con ventana a la calle se ve flotar en el aire ese espíritu que contiene
nuestra pasión e intensidad de cómo se siente la vida? ¿Sabías eso?
Está visto que ya lo sabés. Porque tu mirada se complace en
confirmar tu empatía con estas vidrieras de librerías que te recuerdan a Don
Roberto Artl y su personaje “El Rufián melancólico”.
Está visto que en tu andar pergeñando secretos en algún
pasaje silencioso y añejo, por como están vestidas aquellas casas, o este aire
fantasmal que se esconde detrás de alguna sombra, te dejaste anudar a tus
cabellos algunos gorriones trasnochados
que vienen a llevarte para protagonizar las canciones eternas de nuestros
hijos, los poetas.
Y Allí, cuando se traspasa la bruma que trae el río, se te
queda pegada en el rostro esa pátina de bohemia que perdura y se hace amplia a
la vuelta de cualquier esquina.